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Había una gran algarabía en las canchas de futbol. Se jugaba el torneo final del periodo y tanto la escuela rival como la anfitriona tenían el marcador empatado; los equipos daban todo de sí y al reloj le quedaban menos de 5 minutos.
El drama se vivía minuto a minuto tanto para los jugadores como para el público, quien ante el pitido del árbitro vociferó con energía y entre las protestas se alzó una pelirroja con trenzas.
—¡Es falta! ¡Ese conchesumare lo empujó a propósito!
Una chica peliazul se rio mientras veía a su amiga de pie en las gradas.
—Se sentí como si te lo hubieran hecho a ti~
—¡Mira mana, es que es claro! ¡Amerita un penal!

Chile rio con más ganas, negando con la cabeza.
—Quién te viera, se te subi la emoción —al notar que las personas detrás se quejaban, tiró de su blusa para obligarla a sentarse—. Ya weona, de todas maneras los capitanes hablai con el árbitro por allá, ¿cachai?
Perú bufó por lo bajo, antes de ceder y volver a ocupar su asiento. Era cierto, los líderes de cada equipo estaban debatiendo sobre la decisión, uno más molesto que el otro.
México señalaba a su compañero caído y hacía algunos ademanes conciliadores cuando su par interfería, furioso. Pese a su lenguaje y enérgico carácter, el mexicano tendía a mantener la calma en situaciones así, una de las cualidades por las que fue elegido capitán del equipo; Perú esbozó una pequeña sonrisa, aunque instintivamente sus ojos se desviaron unas gradas más abajo, descubriendo a Rusia mirando el celular con expresión aburrida.

Al final, la resolución fue una simple amonestación verbal y el juego continuó pero con menos tiempo de por medio. El público vitoreó una grandiosa atrapada del portero, Colombia, quien pronto lanzó el balón a Argentina para que éste comenzara a pelearlo con otro jugador, uno alto y de rastas recogidas en una coleta.
—Chuta~
Chile colocó una mano en su mentón, sonriente.
—Mirai esa altura, ese pecho y esas manos... Topísimo el weon.
Perú le dio un leve codazo a la de la estrella, burlona.
—Ese es del equipo contrario, traidora.
—¿Qué tiene? Si ganai, voy a felicitarlo; si perdi, voy a consolarlo. No traiciono a nadie~
—Aea lo que quieres es su número.
—Claro. Y no me weis con eso, que tú tai mirando a México todo el rato.
—¡No es cierto!

En instantes, el ambiente se volvió tenso pero emocionante pues le quedaban segundos al reloj y la pelota estaba bien disputada entre ambos equipos. Tomando una oportunidad, México logró escabullirse con ella hasta el otro lado de la cancha; pronto se vio enfrentado por el defensa central mientras que los defensas laterales lo iban acorralando.
En un fugaz intercambio de miradas y tras una arriesgada decisión, conectó un pase largo en diagonal que fue recibido por Argentina; éste se echó a todo correr rumbo a la portería y antes de que pudieran interceptarlo, lo pateó con fuerza.
El balón se escapó entre las manos del portero.

Tras escuchar el pitido del árbitro indicando el final del juego, el rugido del público no se hizo esperar.
Perú y Chile liberaron gritos agudos, luego se miraron y siguieron gritando mientras se tomaban las manos, dando saltitos de emoción. No eran las únicas, ese entusiasmo se desplegó por las gradas entre el público anfitrión y entre el equipo ganador, cuyos integrantes habían rodeado a Argentina y México en un abrazo grupal.

Para terceros sólo era el final de una serie de torneos entre universidades, pero para los estudiantes que estaban en su último año, era una ocasión épica y memorable. Un grato recuerdo que atesorarían siempre.

El público empezó a bajar de las gradas, algunos para retirarse y otros para ir a la cancha. Ese fue el caso de Chile, quién rápidamente se coló entre las personas con un solo objetivo: llegar hasta el guapo chico de las rastas.
Perú se cruzó de brazos y rio divertida ante la escena; cuando algo se le metía en la cabeza a su amiga era imparable.

No obstante, su sonrisa se congeló tan pronto percibió otra escena por el rabillo del ojo.
Rusia aún estaba en las gradas, platicando animadamente con un joven de lentes oscuros y cabello recogido en media coleta; él estaba demasiado cerca y a ella no parecía importarle, al contrario, le dedicaba sonrisitas maliciosas mientras retorcía uno de sus mechones. Los ojos de Perú se abrieron más cuando se inclinó hacia el muchacho para susurrarle algo al oído con sutiles roces en su hombro.
Ella no fue la única que vio eso.
—¡Rusia!

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