5

252 24 4
                                    

Bajó del auto, no sin antes sostener con cuidado el café e inclinarse para sonreírle a la madre de su amiga.
—Gracias por traerme, señora. Y gracias por el paseo, Chile —añadió, ahora mirando a la aludida.
—¡Ni lo mencioni! Una aireada antes de entrar a trabajai ¿no?
—Supongo que sí...

La peliazul miró los asientos de atrás, donde reposaba la bolsa con las compras de esa tarde y la vio con reproche.
—Ni compraste nada weona, me dejaste mori sola po.
—¿Este café no cuenta?
—Ja-ja. Hasta Brasil pedi más que eso.
Perú rodó los ojos, apoyándose sobre la ventana para que sólo ella pudiera oírle y mostró una expresión burlona.
—Deja de fingir, mana. Estabas preparando tu atuendo para la cita de esta noche~
La chilena se ruborizó aunque chasqueó la lengua, sonriente.
—No me webies. Sólo aproveché la salida —la pelirroja soltó una suave carcajada y se apartó de la puerta, a lo que ella se asomó—. Hey... Si necesitai algo, lo que sea, me avisas ¿cachai?
—Estaré bien, mana. Sólo ve y diviértete pe.

Chile la observó unos instantes, torciendo la boca; no del todo convencida, accedió y se despidió de su amiga.
Perú esperó hasta que el auto se perdió al dar vuelta en la esquina. Fue entonces cuando su expresión se tornó decaída.
Entró a casa respirando profundo para poder sonreír de nuevo, esta vez a sus padres; después de un breve intercambio de palabras, se excusó para irse a su cuarto. Ninguno insistió, pero tenían la misma mirada de preocupación que Chile.

Dejó el café frío sobre su escritorio, deshaciéndose de los zapatos y mientras se quitaba el abrigo miró su reflejo en el espejo.
Bueno, al menos ya no tenía los ojos hinchados.


Pasó la mañana entera bajo las cobijas, sollozando a ratos cuando su mirada distraída se encontraba con una fotografía, un viejo regalo o hasta una simple prenda que evocara algún recuerdo de México y ella. Demonios, ni siquiera podía revisar su celular sin toparse con publicaciones o mensajes que desataran otra oleada de tristes emociones.

Poco después del mediodía, Chile llegó de sorpresa y prácticamente la obligó a salir de la cama para que la acompañara al centro comercial; la estrategia era obvia, pero no opuso mayor resistencia más que cuando se trataba de pasar por lugares que solía frecuentar con él.

Dejó su abrigo en una silla y fue a echarse sobre la cama, colocándose los auriculares para reproducir música al azar.
En verdad agradecía el gesto de Chile y sus esfuerzos por distraerla, mas era obvio que el dolor seguiría ahí; vaya, ni siquiera habían pasado 24 horas.
Sabía que México se iría temprano ese día, pero no fue a despedirlo; ni siquiera le llamó o escribió. No podía soportarlo y sólo esperaba que eso no empeorara las cosas.
Perú bufó, aunque sin una pisca de diversión. ¿Podría ser peor?

Él tampoco se comunicó, así que era claro entonces ¿no? Como temió, su confesión había arruinado su amistad para siempre.
Aunque... no era como si pudiera callarlo por más tiempo, después de todo, lo que sentía por México era fuerte e incontenible.

El modo aleatorio reprodujo una de las canciones favoritas del mexicano y tan pronto la primera estrofa llegó a sus oídos, los recuerdos se liberaron como un tornado que la sacudió en el silencio del cuarto. Su vista se volvió borrosa y sólo atinó a quitarse las gafas.


La noche anterior se repitió vívida en su mente, desde el tema de la tonta corbata, las charlas espontáneas, esa discusión en el estacionamiento, empapados bajo la lluvia y por supuesto el baile: ese instante en que no hubo presión ni preocupaciones, no existieron secretos o emociones reprimidas; sólo eran ellos dos, reflejando sonrisas radiantes.
Fue perfecto.

Un leve sollozo escapó de sus labios, seguido de otro más y mientras un ligero temblor le recorría el cuerpo, cubrió sus ojos con un brazo, incapaz de contener el llanto.

Tu Lugar | MexperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora