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Perú abrió la puerta, despidiéndose con una sonrisa del personal y una vez afuera suspiró, aliviada.
Menos mal que pudo dejar el paquete antes de que cerraran, pero eso le enseñaría a no prometer cosas teniendo el tiempo tan justo; ella y su afán de quedar bien con la jefa el primer día.

Había sido un buen comienzo, aún mantenía el entusiasmo de conocer las instalaciones, a sus colegas y sobre todo manipular la cabina de audio por primera vez. Estaba tan feliz que decidió completar su trayecto a pie, de todas maneras sus padres llegarían más tarde a cenar; por otro lado, debía tener cuidado con el ramo de flores que llevaba para no maltratarlo.

Era un precioso arreglo de lirios morados. Se lo había dado uno de los chicos que trabajaba en Sistemas, China. Fue él quien acudió en su ayuda ese día, cuando activó la alarma por accidente; a partir de ahí, su interés en ella fue evidente, de hecho se había ofrecido a acompañarla aunque ella lo rechazó de forma cortés: apreciaba el gesto, pero por ahora tenía otras prioridades.
A veces las cosas salían mal o salían demasiado bien y no podían explicarse, aunque rayos, le gustaría que por una vez fueran acorde con sus propios sentimientos.

Dio vuelta en la esquina aún pensativa, su casa ya estando a pocos pasos.
Grande fue su sorpresa cuando distinguió un auto familiar estacionado justo enfrente; se alcanzaban a ver un par de cajas en los asientos traseros. Al girar el cuello, sus ojos se abrieron más cuando vio a un chico de cabello tricolor sentado en los escalones, apoyando los brazos en sus rodillas y con la cabeza agachada.
—¿México...?


Al escucharla se enderezó de golpe, mirando en su dirección. El mexicano se levantó cual resorte y fue a su encuentro, con una mano en la espalda; había esbozado una suave sonrisa, aunque ésta se congeló cuando vio el ramo de lirios. Negó con la cabeza, obligándose a salir del shock inicial y la contempló por unos segundos.
—.... Uh... Hola~
—Hola... —ahora Perú negó con la cabeza—. No, qué chu... ¿¡Cómo que "hola"!? Primero, ¿qué haces aquí? Y segundo... ¿¿qué haces aquí pe??
México tuvo que carraspear para reprimir la risa ante su reacción; balanceó su peso entre un pie y el otro, intentando lucir relajado.
—Pues... Vine a verte.

Perú boqueó como un pequeño pez, sin poder pronunciar palabra alguna. Nada tenía sentido, ¿sería que estaba soñando?
Sí, tal vez todavía era sábado y en cualquier momento se despertaría en cama, con la misma sensación amarga en su pecho tras recordar las últimas horas.

Ajeno a su confusión —o quizás no—, el tricolor torció la boca, como si sopesara opciones, antes de señalar las flores en sus brazos con la cabeza.
—Claro, no esperaba el ramo elegante y humillador pero... Te traje esto —asomó la mano que estuvo ocultando, mostrándole dos claveles rojos—. E-eran más, sólo que una caja asesina les cayó encima y este... nomás estos sobrevivieron.

La pelirroja tomó las flores que le ofrecían, aunque la duda y confusión seguían plasmadas en su rostro. México pasó una mano por la parte trasera de su cuello, desviando la mirada a ratos.
—Escucha, Perú... Yo... Quiero disculparme. No debí dejarte ir sola esa noche; debí llamarte durante el fin de semana, con todo y el miedo que tenía de lastimarte más...


La bicolor tensó su semblante, dejando pasar unos segundos. Dudosa aún se acercó al grueso barandal de piedra de las escaleras, depositando las flores sobre éste antes de volver frente al chico mientras se acomodaba sus gafas.
—Mex... Todo esto es muy lindo de tu parte, pero no lo entiendo... ¿Qué hay de tu contrato?
El aludido sonrió con suavidad.
—No pude firmarlo... Eso iba a matarme lentamente. Mi lugar está aquí, siempre estuvo aquí.

Los ojos de Perú despidieron un sutil brillo y sus labios comenzaron a curvarse hacia arriba, hasta que otro pensamiento le pasó por la mente.
—... ¿Qué hay de Rusia?
—Se terminó —México rascó su nuca, sonriendo con nerviosismo—. Le dije que ya no sentía lo mismo y que... debíamos... ¿cancelar todo?
La peruana hizo una mueca de incomodidad.
—... ¿Y qué dijo?
—Nada. Me dio un tremendo cachetadón... —el tricolor sobó su mejilla, recordándolo—. Al chile no sabía que tenía la mano tan pesada.
Perú cerró un ojo, imaginándose el sonido de ese impacto.
—Ouch...
—Mira... Sólo diré que me la dejó barata.

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