Lo primero que vio fue un dosel que tenía flores bordadas.
Sus ojos se entrecerraron, adoloridos por la inmensa luz que azotó sus pupilas. Elevó una mano, tratando de resguardarse. De un suave golpe, el dolor en su cuerpo se extendió como las aguas de un río por todas sus venas. De las puntas de los pies hasta los lóbulos de sus orejas. Eru bajó la mirada, estaba completamente desnudo, como lo recordaba la última vez. El barro oscuro se había secado en su piel y las heridas ya estaban repletas de mugre y sangre seca. Sus piernas tenían rasguños, al igual que sus caderas y sus brazos. Supuso que sería las innumerables caídas que se dio mientras corría por el bosque.
Toda la suciedad que traía contrarrestaba con los edredones blanquecinos que rodeaban su cuerpo. Miró a su alrededor. Por un momento, creyó estar dentro de la casa de un duende mágico o los aposentos de los reyes élficos que tanto fantaseaba en sus libros. Eru miró las gruesas raíces que brotaban del suelo, sosteniendo el dosel y llenando de flores silvestres toda su madera. El Omega se enderezó, con la curiosidad en la punta de la lengua. Había un baúl oscuro, una tina de hierro y el cuarto se ahogaba en naturaleza profunda. Miró sus pies, levantándose de entre tantos edredones. Se arrastró, asombrado.
Era como si la madre de todo hubiese tragado un palacio por completo. Aún los azulejos podían notarse entre raíces y flores secas. Eru persiguió las enredaderas, las raíces gruesas que lo guiaron a un enorme balcón ahogado en enormes árboles de hojas verdes. Por allá, a lo lejos, admiró las montañas, hermosos claros y senderos tiernos en abedules y helechos. Eru dejó que su corazón se llenara de una emoción inquebrantable, mientras su cabeza se perdía en lo que tanto había deseado desde siempre. De pronto, olvidó el dolor corporal y trató de grabarse ese momento en lo profundo de su ser.
El suave viento se llevó consigo el aroma del barro, de la mugre. Eru dio algunos pasos más, pisando las raíces húmedas de los árboles, hundiendo sus dedos en la corteza y el musgo. Observó el claro adelante de sus narices, justo a unos metros del balcón. Un lago rodeado de enormes piedras y gruesos pinos contenía el agua más pura y cristalina que pudo haber visto. Eru trepó entre las raíces, sonrojándose. Notó que estas descendían desde el balcón hasta las rocas que orillaban aquel hermoso espejo. Se trepó, entre jugueteos y risas bajas que le permitió la agilidad de bajar sin herirse. Cuando pisó la primera gran piedra, se subió hasta su cima para admirar el claro con más atención.
No había nadie más que él y la naturaleza. Silencioso, tranquilo. Eru cerró los ojos y aspiró profundo el aire puro que los árboles le regalaban. Ahí, entre la intimidad de la soledad, se dejó caer de cuerpo entero al agua. Siempre sintió que pertenecía ahí, entre los árboles, los senderos, las piedras y los ríos. Lo sacaba de toda realidad, hundiendo todo su ser a un mundo donde nadie más pertenecía. Solo él, solo Eru. Sin preocupaciones, sin problemas. El Omega tragó una gran bocanada de aire cuando regresó a la superficie. Frotó su rostro, su cabello. Eru nadó como un animalito en libertad, llenando el aire de un suave aroma a canela, a casa, a hogar.
—Qué maravilloso... se ve todo —murmuró, mirando el cielo celeste. Sintió piedras bajo sus pies y nadó hasta la orilla. Allí frotó su abdomen, sus piernas, todo su cuerpo para notar la claridad de sus heridas. Las reconoció al instante, porque empezaron a arder. Se inclinó, dejando que su cabello cayera por el agua para empezar a frotarlo suavemente. Tarareó con tranquilidad, dejando que el aroma a casa inundara todo ese lugar. Apenas se detuvo cuando sintió el relieve de su piel en el cuello. Su canción no dejó de sonar, pero el recuerdo de esa noche fue imposible de olvidar.
El Omega miró el cielo. Debería estar asustado, llorando. Retorciéndose de terror y llenando su cabeza de miedo por la marca de uno de los Grandes. Sin embargo, simplemente dejó caer su mano, porque sabía que si debía morir, al menos tendría el consuelo de encontrar un lugar tan hermoso como ese. Se había imaginado un calabozo lleno de ratas, mugre y olor a mierda, pero no tenía grilletes en las muñecas ni gruesas cadenas lo ataban a un cuarto oscuro. Lo que tenía frente a él era un sueño eterno que le prometía cuidar su sangre si era derramada.
ESTÁS LEYENDO
El anhelo de Eru
WerewolfEl día que su cuerpo se llena de humedad, Eru despierta bajo el cobijo de un gran árbol durante la noche lluviosa en que los descendientes de Ulises buscan una presa. La marca de Lyokhat lo reclama como suyo y ante su presencia cae en los más puros...