Cuando Eru volvió a la habitación, pudo ver su reflejo en un espejo de cuerpo entero. Estaba casi desgastado, la mitad de las cosas eran acariciadas por las raíces del árbol, por las ramas. Alrededor de su imagen nacían suaves flores blancas, en el suelo, la alfombra resguardaba pétalos viejos y nuevos.
Todo lucía sutilmente devorado por la naturaleza, casi abandonado. Eru observó la cama desde el reflejo del espejo, tenía sábanas limpias. No le molestaba la extrañeza del lugar, ni del sentimiento de estar en un espacio habitado por algo grande, fuerte. Eru se miró, su cuerpo estaba limpio.
Tenía rasguños, pequeños cortes y una gruesa herida en el cuello. Sabía que Lyokhat debía marcarlo allá en el bosque, que así proclamaban a sus parejas, pero no pudo evitar sentir cierta ansiedad al ver la piel deformada. Parecía de todo, menos una mordida. El castaño pasó una mano por su cabello húmedo y cubrió la marca. Retrocedió, lanzándose sobre la cama.
Ahora sería una esposa. Un Omega lleno de crías, hasta que Lyokhat tomara a otro que lo reemplazara. Eru se estremeció, acariciando su vientre con lentitud. Sus ojos se desviaron hacia los árboles, la brisa cálida. Se sentía tan fresco. Los pensamientos iban y venían en su cabeza. ¿Tendría un cachorrito en él? Habían estudiado sobre eso, sabía que podía dar vida, pero no era un tema que le interesara del todo. Eru se acurrucó con cuidado, tratando de recordar las lecciones de Cordelia sobre las relaciones, sobre los grandes. Nunca le interesó nada de eso, realmente quería hundirse en la profundidad del bosque, entre los árboles, nadar por los lagos más cristalinos y dormir bajo el cielo más estrellado.
Libre. Como las historias que los poetas contaban sobre los antepasados. Eru sabía que tenía sangre de lobo, que la capacidad de cambiar se había perdido desde hacia muchas generaciones y solo quedaba el simple anhelo de pertenecer allí, en lo salvaje, lo bruto.
Eru miró sus piernas, su estómago. ¿Podría correr si estaba embarazado? ¿Cómo era siquiera estarlo? Jamás había visto a alguien preñado. Solo animales. Eru se sonrojó al recordar, una vez, hacia meses atrás, había estado vagando en su hora libre entre los abedules. Él no quería ser entrometido, ni mucho menos, solo había visto a dos conejos danzando entre las flores con locura. Eran peludos, grandes y blancos. Los había seguido entre saltitos y mejillas sonrojadas. Hasta que uno mordió al otro y se le subió encima.
Nunca quiso entrometerse con la naturaleza, eso era un pecado. Sabía que había animales más fuertes que otros y que no podía hacer nada para alterar su mundo. Eru comprendió las acciones de ese par cuando meses después la gordura de una se convirtió en muchos conejitos pequeños. Así era como se daba vida, aunque no le entusiasmaba la idea de ser el conejito de abajo, ni mucho menos tener tantos hijos.
De todas formas, su cuerpo ya no era solo suyo. Eru entrecerró los ojos, tal vez le pediría esta habitación para él. Le preguntaría también si, a cambio de estar con él durante las noches, podría pasar el resto de su día vagando por el bosque. Quería árboles de frutas, una huerta. Ya no tenía que compartir sus cosas con otros chicos, y tampoco Lyokhat era el lobo más codiciado. Eru miró una vez más los árboles, todo era tan silencioso, tan lleno de paz... no parecía ser tan malo.
Y la luz se cubrió, suavemente, por una gran sombra. De entre los árboles y las raíces surgieron enormes patas, garras, hocico y colmillos. Un lobo negro saltó, entrando en silencio a pesar de su gran tamaño. Eru se sentó, mirándolo con más atención. Lyokhat lo miró, acercándose hasta la cama. Era enorme, gigante. ¿Podría algún día sentarse en su lomo? Eru ladeó la cabeza. De la boca del lobo cayó algo. La saliva y la tela envuelta alcanzó los pies de Eru.
—¿Es un regalo? —preguntó, asomándose. No le molestaba que viera su desnudez, ni siquiera lo había visto con ropa aún. Eru tomó la tela entre sus manos, era un atado rudo, fuerte, pero nada que sus pequeños dedos no pudiera desatar. Dentro había algo negro, una tela delgada, áspera. El omega lo tomó, era un vestido. Tenía un suave atado en el cuello, los hombros delgados, la espalda desnuda y parecía solo cubrir apenas sus partes íntimas—. ¿Y si mejor voy desnudo? Es casi lo mismo.

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El anhelo de Eru
WerewolfEl día que su cuerpo se llena de humedad, Eru despierta bajo el cobijo de un gran árbol durante la noche lluviosa en que los descendientes de Ulises buscan una presa. La marca de Lyokhat lo reclama como suyo y ante su presencia cae en los más puros...