2

15 1 2
                                    

–¡Richard, ya se ve tierra!

Señalaba hacia el norte, donde ya se podía visualizar tierra firme. Era una gran alegría después de estar horas y horas remando; alimentar y hacer dormir a Bastian; cuidar la herida de Richard; y tratar de que yo no me durmiera en el camino.

Volví a sentarme para seguir remando. Ya mis brazos estaban cansados y dolían, pero no iba a permitir que mi esposo siguiese. Aquella herida se veía fatal, al igual que él. La sangre no paraba de salir por más venda que pusiese. Richard sudaba por más frío que hiciese, su piel estaba pálida como las nubes y su temperatura había aumentado. Sólo un profesional podría curarlo, yo sólo podía estar ahí para ser su bastón.

–¿A dónde iremos cuando lleguemos? –consulté.

–Caminaremos por el bosque hasta encontrarnos a un hombre con el que negocié. Él nos alojará hasta que podamos seguir por nuestra cuenta.

–Genial. Todo está saliendo bien –decirme aquello era un consuelo, era para olvidar lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo qué estaba por pasar–. ¿Cómo te sientes?

–Lo mismo que hace unas horas. Sigue doliendo pero al parecer la sangre ya paró.

Bastian seguía en sus brazos, ahora más despierto que nunca por culpa de mi grito. Me miraba con atención, nunca había visto a su madre remar con tanto esmero.

No esperaba la hora de llegar y hacer de nuevo nuestras vidas. De darle un vida a Bastian y seguir construyendo nuestro futuro.

El sol ya estaba saliendo, y con él, el cansancio en nuestros cuerpos.

Ayudé a mi esposo a bajar y luego bajé los bolsos. Me cargué uno en la espalda y luego até con una manta a Bastian alrededor de mi torso. Apoyé el brazo de Richard sobre mi hombro y éste tiró su peso sobre mí.

–Como en el barco, yo conduzco y tú guíame.

Richard me guiaba hacia donde debíamos caminar mientras me contaba sobre su gran y alocada idea.

Un comerciante de Orelon, llevó su mercancía hacia Vecisea, donde se la vendería a los que pudiesen comprarla. Richard trató con él, un bote y hospedaje, a cambio de trabajo de por vida. Sonaba horrible, pero fue la única forma en la que pudimos escapar.

–¿Es agradable?

–Mmm, digamos que un poco, no lo conocí del todo.

Luego de caminar por horas con pequeños descansos, decidimos descansar por última vez. Yo podía mantener mi cuerpo y el cuerpecito de Bastian, pero mi esposo no podía mantener el suyo por más ayuda mía que recibiese.

Richard estaba sentado y apoyado sobre un árbol, yo estaba sentada sobre una roca, amamantando a Bastian.

Los ojos del hombre a mi lado estaban cerrados, por su frente pálida caía una gota de sudor. Sus labios estaban resecos sin importar la cantidad de agua que tomase.

–Richard –lo llamé.

Pasaron unos segundos y no respondía. Por miedo, miré su estómago solo para ver que seguía inflándose apenas.

Coloqué a Bastian sobre el suelo, alrededor de su manta y me arrodillé frente a mi marido. Levanté su camisa, la cuál había sido de su padre, y revisé la herida. Se veía mucho peor que antes, la sangre seguía desbordándose cada que exhalaba e inhalaba.

Back to the old houseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora