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–Amelie, ¿puedes pasarme los tomates?

Termino de cortar los últimos tomates en cuadraditos y le paso la tabla a Jasper, el cocinero. Me dedico a lavar los utensilios que vamos ensuciando para seguir ayudando en el almuerzo que se le servirá al rey en una hora. 

El juicio fue hace una semana, luego de eso recogí a Bas que estaba con Jasper, y una sirvienta me acompañó a la habitación en donde dormiría con mi hijo. El cuarto para nada era pequeño, era mucho más grande de lo que habíamos tenido con Richard y en casa del señor Abélard.

–Hoy llegará la reina, así que debemos de servir a tiempo. No te conoce, por lo que deberíamos de presentarte en algún momento.

La reina, la esposa del rey.

Me aclaré la voz :–¿Cómo es ella?

–No puedo hablar de la soberana –respondió mientras revolvía la salsa. Asentí con la cabeza– Aunque, puede ser un poco quejosa.

Lo miré de lado y me sonrió.

Jasper era un hombre bastante grande, no quiso decirme su edad con exactitud, pero dijo que podría ser mi padre. Teniendo en cuanta que mi padre me tuvo a los 30, Jasper podría estar en los 60. 

El gnomon indicaba las 11 am, la hora en donde debía ir a lavar ropa con las demás sirvientas. El almuerzo que debíamos servir era a las 12:00 am, por lo que tenía tiempo.

Me despedí de Jasper y me dirigí a mi habitación para despertar a Bastian. Con 5 años, Bas dormía más de lo que pude haber dormido en mi vida. La cama estaba ubicada debajo de la ventana, una cama matrimonial para mi hijo y para mí. A los pies, se encontraba un baúl en donde estaban todas nuestras pertenencias.

Me senté al lado de Bastian y lo sacudí suavemente.

 –Ey, cariño, vamos. Ya es tarde.

Presionó sus ojos con fuerza y se estiró por todos lados haciéndome reír. Abrió sus ojos y se sentó, mirando a los costados.

–Vamos, te traje unos panecillos.

Mientras él se lavaba la cara con el agua del bowl que teníamos y se cambiaba de ropa, aproveché a ordenar la cama y limpiar un poco. Dejé el panecillo en la mesita al lado de la cama y le dí un beso en la cabeza para despedirme.

–Voy al río con las demás mujeres. Ve con Jasper, no te pierdas de vista de él, ¿bien?

Bas asintió, no podía responder ya que se había metido el panecillo entero a su boca.

Por más que le haya tomado un poco de confianza a Jasper, me abordaba el miedo de que le pasara algo. Por lo que yo misma preparé los panecillos, quién sabe si podría poner alguna sustancia en algo. Le he enseñado a Bastian a sólo comer lo que le doy, y a los demás decirle que no tiene hambre.

Llego al río y las mujeres ya están con su canasto de ropa y sabanas al lado y la tabla en donde se saca la suciedad. Me arrodillo a la orilla y dejó el canasto a mi lado. Saco la ropa de Bastian y mía y comienzo a lavarlas. Escucho a las mujeres murmurar y reír, mientras sigo con mi tarea.

El primer día me costó una fortuna seguir la rutina, le preguntaba todo a todos, y se notaba lo mucho que les molestaba. Y por lo que me contó Jasper, hace mucho tiempo no entraba nadie nuevo a trabajar dentro del palacio.

Termino de lavar mientras ellas se quedan charlando. Cuelgo mis prendas y las de mi hijo, y sigo con las prendas de los caballeros que tenían cama adentro en la mansión.

Por lo que he entendido, los de servicio tenemos libres los fines de semana, mientras nuestros puestos lo ocupan unos suplentes. Mañana tendría libre con Jasper, aunque él se irá a pasarlo con su familia, yo no tengo a quien ir, por lo que de seguro el rey entenderá que deberé de quedarme en el palacio.

–Oh, Amelie, ayúdame con los platos –oigo decir a Jasper al llegar a la cocina.

Miro atrás de él y veo a Bas comiendo una rodaja de pan untada en la salsa.

–Hola, ma –saluda al percatarse de mi presencia.

Le sonrío y me dispongo a buscar las bandejas y sus tapas de acero correspondientes y ubico los platos hondos mientras. Jasper coloca un trozo de carne en los platos y vierte salsa con un cucharón de madera, pone un poco de verduras a un costado y me indica que lo lleve. Me aliso el delantal blanco y acomodo el gorro de cocinero que cubre mi cabeza.

–Vamos, ve.

Camino con el carrito de bronce por el largo pasillo que me lleva al comedor, no sé si sentir miedo, sería estúpido e innecesario, pero es la primera vez que veo a la primera dama. Antes de empujar las dos puertas blancas se escucha un murmullo que se corta abruptamente cuanto entro, me siento incómoda y dirijo mi mirada hacia los platillos.

Llego al costado de la mesa, y miro de reojo a la mujer que se encuentra al lado del soberano. Es alta como él, viste un vestido color crema con un escote recto, veo la piel de su cuello y noto arrugas. 

¿Cómo puede él, siendo tan joven y... aceptable a la vista, salir con una mujer tan grande como ella?

Y como lo he estado haciendo estos días, hago una reverencia frente a ellos y tomos los platillos para ubicarlos frente a cada uno. Me despido con otra inclinación y salgo apresurada del comedor. Tras cruzar las puertas, exhalo el aire que no sabía que estaba reteniendo. Sigo sin entender por qué reaccionó así mi cuerpo si ni siquiera los conocía personalmente.

Back to the old houseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora