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Esa mañana, los rayos del sol no lo despiertan. Cuando abre los ojos se encuentra a sí mismo atrapado en una habitación a oscuras.

Mira de un lado al otro con ansia. Poco a poco, conforme su mente se aclara y le permite identificar los olores de su hogar, se tranquiliza. Está a salvo, en su habitación, entre la comodidad de sus mantas moradas, con esa fea y peluda cobija sobre su persona. Se sienta y comprobando que puede mantenerse en pie se aproxima a la ventana. Abre las cortinas de un jalón y de inmediato se arrepiente cuando los furiosos rayos de sol destrozan sus retinas.

— La primera cosa tonta del día, ¿cuántas más vendrán?

Sigue la voz. Podría reconocerla en cualquier lado, era amena sin dejar de ser severa. Gruesa sin perder la jovialidad. Era una voz que podía escuchar parloteando sin sentido hasta quedarse dormido sin sentir molestia.

Se talla los ojos, y se sienta. Los abre poco a poco y Al Haitham y él se quedan mirando por unos breves segundos, uno desde el umbral de la puerta, el otro desde la cama.

— Te traje el desayuno.

— ¿Le pusiste condimentos extraños?

— Si vas a dudar de mis habilidades culinarias y criterio entonces... — dice Al Haitham tomando la perilla de la puerta, a punto de cerrarla cuando Kaveh se levanta, y lo hace tan rápido que el mareo le hace perder la estabilidad. Se precipita hacia su némesis, su peor enemigo, el hombre que le quita la miseria que gana en su trabajo como dibujante de planos para el departamento de arquitectura de la Academia, se imagina así mismo cayendo sobre el frío suelo, y Al Haitham riéndose de él enumerando la segunda cosa tonta del día.

Pero en su lugar se encuentra así mismo chocando con un pecho firme, siendo estabilizado por una mano que rodea su cintura mientras que con la otra alza el platillo con maestría envidiable, para proteger su contenido de la gravedad. Se queda quieto, simplemente contemplando aquella piedra verde incrustada en ese hueco entre las clavículas de Al Haitham por más tiempo del que debería, hasta que finalmente siente su pulso dispararse alocado y se echa hacia atrás. La mano de Al Haitham, que aún descansaba en su espalda, es apartada casi de inmediato.

— Aquí tienes, provecho.

Kaveh lo toma, el olor, el calor, luce delicioso. Su estómago ruge, se sonroja.

— Gracias.

Al Haitham asiente y se voltea, abandona la habitación avanzando por elpasillo luciendo completamente normal. Cuando desaparece al doblar la esquina,Kaveh se deja caer hacia la puerta escurriéndose por la misma hasta llegar alsuelo y quedarse observando el punto fijo de su partida, con el pulso hecho uncaos y el rostro en mil tonalidades rojas. Observa el plato humeante sobre suregazo, y sonríe.  



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No, no somos amigos | HAIKAVEHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora