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La mayor y principal desventaja de estar en el desierto por más tiempo del que su cuerpo estaba acostumbrado era la cantidad de agua que necesitaba beber al día para no sentirse como una planta marchita. Kaveh avanza por los caminos empedrados de Sumeru, en busca de agua, observando todo con admiración. La maravilla arquitectónica, lo verde, todo aquello reflejaba la fertilidad de su tierra natal.

Un lugar hermoso, destino del conocimiento, paraíso del erudito y amor perdido del viajero. Porque claro, después de haber entablado conversaciones y amistad con gran variedad de personas siempre llegaba a la misma conclusión: pisar esas tierras era como pisar energía. Recargar el espíritu y el alma.

Tan ensimismado en su mundo se encontraba que por poco no logra esquivar a un joven con orejas de zorro del desierto.

— Oh, lo siento...

— Kaveh, has vuelto.

La voz es familiar. Baja la mirada un poco y ve a ese chico tan peculiar, el guarda forestal del Bosque Avidya.

— Tignari, ¿qué haces por aquí?

El mencionado se queda pensando por un momento, luego lleva sus manos a ese gesto impulsivo de acariciar sus orejas y hace un esfuerzo por concentrarse en la conversación.

— Unos encargos.

— ¿Tú? ¿De forma personal? Sueles mandar a esa discípula tuya, si esos asuntos ameritan la presencia del gran maestro Tignari personalmente, deben ser importantes.

— Lo son, pero no de tu incumbencia.

— Oh... y creí que éramos amigos...

— Lo somos, pero hay cosas que...

Tignari es brutalmente interrumpido por un torbellino que se avecina a tan solo metros de ellos. Las personas a su alrededor huyen despavoridas, y en tan sólo segundos, cuando la silueta se hace nítida, Kaveh nota a Tignari tensarse.

El mismísimo General Mahamatra está a tan sólo unos pasos de ellos.

— Así que él es tu asunto — suelta Kaveh, alzando las cejas en expresión divertida, casi acompañando el comentario de una burla que es incapaz de ahogarse en la rareza de la situación.

Kaveh observa la escena con curiosidad, debe esforzarse por contener la risa. Ver el rostro sonrojado de Tignari, el rostro consternado de Cyno y lo dramático de su llegada, creaban la composición de una escena peculiarmente cómica.

— Aquí estás — la voz de Cyno era calmada, nada acorde a la aparente ansia interna que estaba desesperado por ocultar.

— Oh, ¿acaso te estabas escondiendo?

— Kaveh...

— ¿Podemos hablar?

Tignari luce turbado. Tanto que incluso le da un poco de lástima al arquitecto. Le seguía pareciendo gracioso que, pese a ser personas sumamente racionales, los asuntos del corazón representaran tanta molestia e incertidumbre en cualquier individuo.

— Tendrá que ser en otro momento, estoy en medio de un encargo.

— No es cierto — dice Kaveh.

De nuevo, su mayor don o su peor crimen, no poder mantener la boca cerrada. Pero no es que hubiera mucho por hacer, no cuándo ambos se disponían a hacer una escenita frente a él y en medio de su catástrofe habían terminado por ahuyentar a todas las pobres personas que huyeron despavoridas por la llegada del general.

— No sé qué pasó entre ustedes dos, pero háblenlo. Antes de que fueran pareja eran amigos, y no quiero que eso cambie.

— ¿No quieres que cambie que seamos amigos? ¿O que seamos pareja?

No, no somos amigos | HAIKAVEHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora