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— No sabía que estarías aquí.

Kaveh era pésimo ocultando cuando algo iba mal, la tragedia se le pintaba en el rostro, apagaba la alegría de sus facciones y le hacía ver sombrío. Haciendo acopio de voluntad, se levanta del banco y se dirige al restirador. La necesidad de mantenerse ocupado al tener la presencia de Al Haitham a pocos metros de su persona era grande, de alguna u otra forma debía liberar su ansiedad.

— Puedo irme si te molesta.

Al Haitham niega.

— Este es tu estudio.

— No, no es mío. Nada aquí es mío. Todo esto, es... tuyo. Todo eres tú.

El Gran Sabio lo observa con detenimiento, ideas y pensamientos formando un engranaje en su mente.

— ¿Te pegaste en la cabeza?

— Un golpe en la cabeza dolería menos que todo esto.

Kaveh libera el plano del restirador y lo arroja al escritorio. Se acerca a los inmensos pliegos de papel que descansan al otro extremo de la habitación, prepara la guillotina. Al Haitham se sorprende al no distinguir la mínima esencia de alcohol en la habitación, Kaveh estaba sobrio.

¿Por qué estaría actuando tan raro?

Los pasos de Al Haitham son discretos, cuando su voz resuena al interior de la habitación Kaveh siente insectos removerse en su interior, esas molestas mariposas que le ponen el mundo de cabeza y amenazan con arrebatar la paz de su mundo.

— Así que puedes dibujar otras cosas aparte de líneas y curvas.

Al Haitham sostiene el cuaderno que Kaveh había dejado en una pequeña mesa cerca de la ventana y observa la imagen en el papel. Es un boceto de trazos ligeros, colores brillantes y de un realismo tan detallado que genera la ilusión de estar viendo tal escenario a través de un portal.

El arte ilustra un paraíso, un oasis en el desierto, todo a su alrededor se presenta oscuro y hace que el cuerpo de agua cristalina resalte, viéndose la luna reflejada sobre sus aguas. A los bordes hay una serie de palmeras y diversa flora desértica, todo parece resplandecer. Si mantenía la vista fija por más tiempo podía jurar que la imagen se movía.

— Siempre me ha encantado dibujar.

— Te encanta la belleza. ¿Por qué?

Kaveh se sorprende un poco. Hace demasiado tiempo que no tenía una conversación de ese estilo con Al Haitham. En esos momentos le preocupaba hacerlo, ya que su interior se sentía expuesto, vulnerable. Ese era el peor momento para hablar, para decir cualquier palabra y, sin embargo, abre la boca.

— Porque todo lo bello es efímero.

El arquitecto lo había pensado, una y otra vez. Las cosas bellas no lo eran por mucho tiempo, pero siempre tenían la oportunidad de transformarse y había algo en ese cambio que siempre resultaba enigmático. Por eso le encantaba dibujar construcciones que mantuvieran su belleza y que, de alguna forma, esta misma pudiera transformarse con el tiempo, combinando con el mundo a su alrededor. Era contar una historia a base de trazos, de líneas que se alzan hacia el cielo y llevaban una fantasía a la realidad.

— La belleza es subjetiva, en todo aspecto.

— Lo es, pero ¿qué no es subjetivo en cuestión al hombre?

— Las reglas.

— No sabía que eras fan de las reglas.

— No lo soy, solamente reconozco su importancia.

No, no somos amigos | HAIKAVEHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora