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No era sospecha, era precaución.

Y una molestia claramente, si por alguna razón asombrosa llegaba a existir un poco de tiempo libre en su apretada agenda era obvio que no quería desperdiciarlo en una misión de seguimiento. Mucho menos cuándo la presa en cuestión era Kaveh.

Al Haitham avanza entre las sombras, si alguna persona tuviera la osadía de acercarse y pedirle algo la cosa terminaría muy mal, así que lo mejor era moverse a cautela. Se concentra, evoca su poder dentro, vislumbra un tejado lo suficientemente alto y se proyecta. Queda suspendido en el aire por unos segundos, cuando sus pies tocan el techo se deslizan por el mismo de forma que avanza con rapidez sobre superficies desiguales.

Kaveh atraviesa el puente circular, baja por las grandes puertas que llevan hacia los niveles principales de la ciudad, y finalmente se adentra en la naturaleza.

Por la forma en que avanza, da la percepción de tener un buen conocimiento del terreno. Algo que Al Haitham encuentra curioso. Kaveh y sus acciones no eran un secreto para nadie, él mismo conocía bien su itinerario antes de que partiera al desierto. Se preguntaba si algo había cambiado o aún conservaba su rutina; de forma religiosa levantarse a una hora prudente, meterse a duchar por más tiempo del debido, lavarse los dientes y correr a hacer el desayuno, preparar la cafetera, arreglar la cocina, limpiar su casa de pies a cabeza, salir un rato a caminar y posiblemente charlar con todos, volver y trabajar en maquetas imposibles, dibujar y dibujar, volver a salir para sacar el estrés y ansiedad, de vez en cuándo entrar a la misma taberna a la misma hora, por el mismo trago y quedar soberanamente hecho un desastre en la entrada de la casa, luciendo patético por un par de horas hasta que finalmente arrastraba su lánguido y alcohólico cuerpo hasta su habitación para descansar y celebrar la llegada del nuevo día.

No era obsesivo conocer todas las actividades de su compañero de cuarto, era necesario, un requisito, así la cantidad de veces en las que tenían que interactuar eran mínimas. No era que tomaran el desayuno juntos ni mucho menos, las veces que estaban ambos al mismo tiempo en la sala principal frente a la calidez de la hoguera solamente ocurrían cuando los vientos gélidos eran tan persistentes que ninguna manta era lo suficientemente cálida para dar refugio.

No, no eran amigos.

Al menos ya no.

Pero por alguna razón, eso le molestaba.

Sin querer ahondar demasiado al respecto, Al Haitham continúa su camino. Estuvo a punto de perder a Kaveh por una distracción de segundos, pero tampoco era que una persona de cabello rubio entre tanto verde pudiera ignorarse con facilidad.

Kaveh vislumbra un edificio a la lejanía, parece ser una construcción olvidada en el tiempo, lo que alguna vez debió ser el observatorio de algún erudito. Avanza por el camino empedrado y cuando está frente a la puerta se detiene.

Al Haitham lo ve dudar. Kaveh reposa la cabeza sobre la puerta, alza el puño a punto de tocarla cuando esta se abre.

Su cuerpo no tiene más soporte, y de no ser por la persona que lo recibe en brazos, la repentina pérdida de equilibrio lo habría proyectado directamente hacia el suelo. Kaveh alza la mirada, la silueta que lo sujeta es fuerte, y pese a haberlo estabilizado no aparta su agarre.

— Creí que no vendrías.

Al Haitham entrecierra los ojos, agudiza el oído. Hay alguien en el umbral, pero la oscuridad en el interior del lugar parece engullir los débiles rayos de sol que buscan abrirse paso hacia dentro. Kaveh pone las manos sobre los hombros del desconocido, un simple gesto para apartarse, pero el otro no hace más que acercarlo.

No, no somos amigos | HAIKAVEHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora