C L A R O

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Kensie.

-Niña, Yess -toco el hombro de la chica frente a mí-. ¿Me pasas la tarea del raboverde y de Nereida?

-¿Otra vez? -se gira a verme con fastidio fingido y yo le sonrío mostrando mis dientes-. A este paso, va a salirme mejor cobrarte por tarea.

Me pasa la libreta de uno y el libro de otro:
-Me sorprende que aun no lo hagas, eres demasiado buena a veces.

-Solo junto puntos, eso es todo.

Frunzo las cejas y apenas sonrío, ¿cómo debo interpretar eso?

En fin, ese no es el problema ahora, ya pensaré en ello luego, cuando sea importante y eso si no se me olvida.

Copio cambiando algunas palabras, mínimo presté atención en primaria cuando enseñaban los sinónimos y antónimos, así que copiar no es copiar como tal, es más como... ¿Parafrasearlo? Sí, eso suena mejor.

-Monstruos, dejen todo ahí, miren al frente. -El raboverde golpea el escritorio tres veces con la palma abierta, con él viene la profa de matemáticas, Bertha-. Oye tú, no son los ochentas para que traigas ese cabello así de esponjado.

Cierro los ojos y tapo parte de mi cara, ocultando unos gramos de "nadie lo soporta, abuelo".

-¿Usted usaba el cabello así en esos años? -pregunta la chica al lado del greñudo.

-Obvio -exclama Naín detrás mío, seguro va a salir con una tontería-. No seas boba Leah, en la época de los cavernícolas no tenían gel, reacciona.

Unos ríen abiertamente, otros se agachan escondiendo sus sonrisas y solo yo estampo la mano en mí rostro antes de salir embarrada, como siempre.

El profesor se pone de todos los colores del arcoíris y la profesora se voltea hacia el pizarrón. Se está riendo, ¿Cómo lo sé? Pues es la única que he escuchado hace algo para correrlo.

No funcionó, cierto, me agrada porque ella sí ha tratado de y no solo mira a otro lado.

-Hablaremos en mí hora de clase -lo apunta-. Profesora, dejo a los chicos en sus manos.

Bertha asiente con una mano en su boca y la otra en la cintura. El profesor sale dejando la puerta abierta.

Va a salirse el aire frío.

-Bueno chicos, ahora que las malas vibras se fueron me ahorro el incienso -reímos-. Antes que nada, tengo dos personas que presentarles.

En la puerta se azoman dos cabezas, una de cabello corto y otro largo, ambos con un gran parecido en sus facciones.

La chica muestra su cuerpo completo, es considerablemente más alta que yo, de mirada azul y caderas anchas. Mis ojos brillan al toparme con los suyos, casi puedo asegurar que su sonrisa inocente tiene un toque de segundas intenciones.

Es preciosa.

El chico, sin embargo, mira al techo con las manos en el bolsillo del pantalón.

-Pasen y presentense.

-¿Acaso estamos en primaria? -dice el chico en voz baja, creyendo que nadie lo oye o quizá con todas las intenciones de ser escuchado.

Mis manos sudan, no sé por qué, ¿instinto arácnido de que algo va a pasar o solo ansiedad por los nuevos y atractivos chicos?

-Jacqueline, dieciocho años, géminis, sacada a la fuerza de mi otra escuela.

Le da un pequeño manotazo a su hermano, este suspira y habla:
-Jackson, misma edad y signo, expulsado por estrellar una moto contra el auto del subdirector... -la profesora le da una mirada de asombro, él comienza a negar con las manos-. En mí defensa, él estaba estacionado en el lugar para discapacitados.

Álbum de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora