Y ahí estaba yo, recostada en mi cama preguntándome porque los días grises y lluviosos me hacían tan feliz mientras que a una inmensa mayoría los hacía exasperar. Antes de llegar a cualquier conclusión recordé la tarde que me mojó la lluvia y llegué a clase empapada pero con una sonrisa en mi rostro; los días fríos me sacaban sonrisas, pero los días de invierno, donde caen lluvias torrenciales me trasladaban a otra dimensión; no gusto de salir a menudo de mi casa a caminar por las tardes, el calor me asedia, pero en un día gris quiero salir y comerme al mundo con los ojos, disfrutar de cada elemento a mi alrededor que se transforma por la lluvia o simplemente por el filtro natural de la luz de un día así. Puede ser también que la lluvia me lleve al lugar de donde vine, a ese pueblo del que huí hace años y traiga consigo muchos recuerdos nostálgicos que me hacen sonreír. Estoy segura que hay un significado más profundo del porque adoro tanto la lluvia, pero es mejor dejar que siga siendo un misterio, al fin y al cabo los misterios casi siempre son más interesantes.