Dos voces, un corte.

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El jefe y yo nos fuimos al aeropuerto alemán más cercano a nuestra fortaleza. Allí cogimos el primer avión que salía directo hacia Madrid, y nos instalamos en los únicos asientos que quedaban libres. Una vez sentados y con el avión ya sobrevolando nuestra coordillera de Screenwood, me dijo mi padre que si pensaba que la fortaleza estaría a salvo con la escasa vigilancia que tenía en esos momentos.

-Jefe, ya lo hemos hecho muchas más veces, ¿por qué ahora te entra el miedo de alejarnos?

-No lo sé, ahora hay muchas chicas encerradas. Alguna podría escapar... y eso sería nuestra perdición.

-Tranquilo, Valentín. No va a pasar nada, en serio. Confío en nuestra gente; además, hay unas paredes electrificadas que forman la estructura de la fortaleza que no van a poder pasar en el caso de que escapen. Y si a eso le sumas la vigilancia de las torretas, más la electricidad de las mismas, es prácticamente imposible escapar.

-Lo sé, Iván. Tienes razón. Solo que Suzon me dijo que sería mejor que nos quedáramos.

-No le hagas caso, es muy tiquismiquis. Anda que Sabrina... ¿Sabes que Sabrina me ha regalado un perro? Se llama 68. Es un Doberman, y le he dejado vigilando la fortaleza.

-Pues mejor, más vigilancia.

-Sí...

Entonces caí dormido.

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Narra Valentina.-

Me desperté helada de frío. No sabía dónde estaba, pero eso no era mi cama. Abrí los ojos y solo veía gris. ¿Acaso me había quedado ciega? No, todas las paredes eran grises. El suelo, el techo. Busqué en aquel sitio algo que no fuera gris, y mis ojos toparon con una mancha roja debajo mía. También toda mi camiseta estaba empapada de aquel líquido rojo que se me pegaba al cuerpo haciendo ventosa. Gran parte de aquella sangre estaba reseca, pero la otra parte más húmeda es la que me provocaba aquel frío.

De repente oí un ruido como chirriante, y la gatera de la puerta se abrió para dar paso a una mano robótica que dejó un plato en el suelo.

Jxder, qué hambre tenía. A pesar de que estaba todo asqueroso, deboré el pan y el filete de ternera empanado de un solo bocado.

La sorpresa de la habitación donde estaba no me había hecho todavía recapacitar sobre la gravedad del asunto...

Miré mi codo y ahí seguía el puñal. En realidad Valentín no me lo había clavado, había hecho el amago de cortarme el brazo por la parte más cercana al codo. No lo podía mover... ah, me dolía como si te clavasen mil agujas a la vez. Probablemente me hubiera cortado los ligamentos de la articulación, y seguía sangrando... me estaba mareando, tenía que pedir ayuda.

-¿Hola? ¡SOCORRO! ¿HAY ALGUIEN QUE ME PUEDA AYUDAR? ¡NECESITO AYUDA! ¡ME HAN SECUESTRADO! ¡QUE ALGUIEN ME SALVE POR FAVOR! ¡ME ESTOY DESANGRANDO!

Después de unos minutos en silencio atenta a ver si alguien me contestaba, me decanté por dar golpes a la puerta. La golpeaba, pero el efecto que hacían mis pequeños puños sobre aquel extraño material era mínimo; absorbía los golpes y el ruido.

Gritaba, golpeaba, y al final caí agotada. A pesar de haber comido algo, me rugían las tripas... me dolía el codo demasiado... perdía mucha sangre...

-¿Alquien me escucha? -fue lo último que susurré antes de desmayarme.

- - -

Cuando desperté, la realidad me golpeó de tal manera que se me heló la poca sangre que me quedaba en las venas.

La herida cada vez sangraba menos, pero habría perdido un litro entero de sangre. Miré a mi alrededor, pero no había nada con lo que curar la herida; un retrete -bueno, por lo menos habían sido considerados- y una ducha -¡aleluya!-.

Me dirigí a la ducha y la abrí con el propósito de lavarme el corte. Pero de allí no salió ni una sola gota de agua.

-¡Jodxr! -grité con las pocas fuerzas que me quedaban.

Me volví a sentar en el mismo sitio, al lado de la mancha de sangre. No me di cuenta, pero me senté encima del puñal. Eso me dolió más que el codo todavía. Me retorcí en el suelo de dolor, de ansiedad, de impotencia.

Me dolía el codo, la cabeza, el alma, el corazón.

-¿Te duele el alma? -oí una voz femenina.

-Sí, sí, sí me duele. ¿Quién eres? ¿Eres Dios?

-No, no lo soy. ¿Te duele el corazón? -volvió a hablar aquella voz.

-Sí, sí, sí me duele -volví a susurrar.

-Tú y yo sabemos cuál es la mejor manera de aliviar el dolor que sientes dentro de ti.

-No, no volveré a hacerlo. Lo prometí.

Entonces se me ocurrió la idea de quitarme la camiseta y enrollarmela alrededor del codo para evitar sangrar más. Al fin y al cabo, era un milagro que yo siguiera viva.

-Hazlo. Debes hacerlo. Es lo mejor que puedes hacer.

-Vete, vete, vete. No quiero escucharte más. Desaparece.

-¿Con quién hablas? -oí una tercera voz.

-¿Y tú quién eres? Me estoy volviendo loca... oigo voces... no, no las oigo... ¡parar!

-Sí, las oyes, y lo sabes -intervino la primera voz que había hablado.

-No lo sé, no sé con quién hablo -susurré.

Todo eso pasó antes de hacerme el primer corte de mi muñeca.

San Valentín. [pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora