VII

79 17 39
                                    

El aire era cálido y el viento, uniforme. Soplaba a lo largo del mar del Este, se comprimía en el estrecho de Bab el-Mandeb y barría la pequeña isla de las rocas, a la que los piratas llamaban Cayo de Liato. Sin embargo, a una velocidad regular de quince nudos no aliviaba el aplastante calor.

Con aquel viento, El EXODUS se desplazaba a buen ritmo. No al más rápido, pero casi. Llevaba las velas de combate desplegadas, lo cual la haría más manejable durante la acción que se iba a desarrollar de manera inminente y la mantendría estable para el despliegue de los cañones.

Oh SeHun se hallaba en el alcázar, apoyado en el pasamanos de barlovento y preso de una gran tensión. Los granos de arena que el viento transportaba le acribillaban la cara como si fueran insectos diminutos; se le metían por debajo de la ropa y se adherían al sudor que le empapaba el cuerpo bajo la camisa, el chaleco, el tabardo y los pantalones.

Desde hace tres años la fama y riqueza llegaron. Por lo que, SeHun optó por convocar a sus hombres a popa y decirles que, pese a los planes ya trazados su destino sería el océano pacífico y su objetivo, los grandes barcos españoles que llevaban tesoro de los Andes y Aztecas. Así como los tributos anuales de todas las tierras que España dominaba.

SeHun se pasó la lengua por los labios cuarteados y avanzó un paso, disponiéndose a dar una orden. Tenía la garganta seca y temía que su voz sonara como un graznido. Se preguntó si debía pedirle a alguien que le alcanzara un poco de agua, no fuera a interpretarse tal cosa como una muestra de debilidad por su parte.

«¿Qué demonios me ocurre?».

—Ahgwi. —dijo SeHun con voz rasposa como los crujidos de la gravilla—, páseme un cuenco de agua.

—Sí, capitán. —asintió Ahgwi y corrió a buscarlo. SeHun sintió que se relajaba un tanto y que la tensión disminuía. Contempló una vez más al gran barco que se abría paso en

Ahgwi regresó al alcázar con un cuenco de latón rebosante de agua. SeHun tomó el recipiente, dio las gracias a su subordinado asintiendo con la cabeza, puesto que no confiaba en su propia voz, y bebió a grandes tragos. Pese a estar llena de verdín y lo bastante caliente como para afeitarse con ella, el agua poseía un maravilloso efecto revitalizador, más que cualquier otro licor que hubiese podido tomar en aquel momento. De repente, Mangcho lanzó un silbido, logrando sacar al capitán de sus pensamientos turbulentos.

—Mire, capitán. Ahí tenemos un bonito trofeo: un barco mercante inglés. —señalo Mangcho observando con el catalejo.

—Estúpido, no es un mercante inglés. —rezongo Makyi quitándole el catalejo—. Ay por los mares, si el barco del corsario JunMyeon.

—¿Qué hace ese corsario por estas aguas? —cuestiono KangSeop.

—¿Es el corsario JunMyeon? —cuestiono Chanyeol subiéndose a la popa—. Oí que haces meses llego a nuestra tierra, pero pensé que solo eran rumores.

—¿Dónde escuchaste eso Chanyeol? —cuestiono SeHun.

—Bueno... —Chanyeol se sonrojo—. Hace semanas mientras intercambiaban monedas por cereales con los habitantes de Kangnung yo... me escabullí hasta uno de los burdeles cerca de la bahía Tonghae. Ahí había mucha gente bebiendo y unos oficiales que comentaron acerca de la llegada de JunMyeon y que eso no tenia muy contento a Choi Minho.

—¿Te fuiste a buscar putos mientras nosotros cargábamos costales? —cuestiono Kyungsoo enojado—. Capitán SeHun esto merece un castigo.

—¿Te pone celoso Kyungsoo? —cuestiono Chanyeol—. Me escabullí cuando ya no había muchos sacos. Makyi sabe que cumplí mi parte.

Los piratas 3- sehoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora