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             escuchen kokobop

SeHun sonrió observando como JunMyeon salía del camarote. Suspiro acomodándose los pantalones. Se dispuso a salir cuando observo el escritorio de JunMyeon. Habían muchas hojas y se acercó a ver de qué se trataba. Observo que unos contenían apuntes sobre los nombres de las islas de corea y zonas específicas. Pero también hubo unas hojas con un título extraño. SeHun se relajó y leyó el título de la hoja. Noches de Placer. No era exactamente lo que SeHun había esperado. Arrugó el entrecejo y aspiró ruidosamente al fijarse en una línea a mitad de la página:

... SuHo jadeó levemente, sin aliento, mientras corría en la oscuridad.

SeHun se puso tenso. ¿Qué demonios era aquello? El corazón se le aceleró a medida que continuó leyendo el resto de la página.

... su cuerpo era preso del deseo; ardía con el fuego de la pasión mientras suho paseaba la mirada por los espejos que recubrían la habitación del suelo al techo. Una fila de antorchas se alineaban a lo largo de los perfumados pasillos, y las sensuales lenguas de fuego lamían los espejos. Ese mismo fuego lo acariciaba por dentro, pero sabía que ese calor no era nada comparado con lo que experimentaría cuando sintiera sobre su cuerpo las manos cálidas, a veces suaves, del hombre que buscaba. El Jungin KanHun.

¿Dónde estaba él?

SuHo llevaba tanto tiempo en aquel lugar de ensueño, ahogando los estremecimientos de anticipación, deseando ver su larga y alborotada melena negra, su esbelto y musculoso cuerpo. SuHo se mordió el labio y rezó para que dejara de latirle el corazón de aquel modo, puesto que estaba a punto de ser seducido en aquel palacio de placeres. Solo el hombre más adinerado de Corea podía permitirse tener una casa para el placer como aquella, con el laberinto de espejos y el aire perfumado de incienso...

SuHo emitió un gemido entrecortado. ¡Allí estaba KanHun! Se llevó la mano al corazón, se dio la vuelta y miró hacia una habitación. ¡Pero KanHun había desaparecido! ¿Qué estaba ocurriendo?, se preguntó SuHo tremendamente aturdido. ¿Estaría haciéndole algún truco KanHun? ¿Lo habría drogado con alguna poción durante la fiesta? ¿Sería esa la razón por el cual se sentía tan perdido? ¿Tan emocionado? ¿Tan desorientado?

¿Y acaso no acababa de verlo? Juraría haber adivinado su reflejo en los espejos de uno de los dormitorios, reclinándose sobre una cama, todo en KanHun emanaba libertinaje: su atrevida desnudez, la fuerza de su sexo, las ardientes llamas que brincaban sobre un cuerpo que más que un cuerpo parecía una escultura de bronce. SuHo se dio la vuelta. Una y otra vez. Y continuó girando hasta que le pareció verlo en todas partes. Entonces avanzó, y aspiró hondo mientras pasaba las manos por todos los espejos.

—¡Ahí estás! —gritó SuHo de pronto al pasar por delante de otra de las habitaciones—. ¡Te encontré!

Pero al estirar el brazo, se topó con otro espejo. Había permitido que KanHun poseyera su cuerpo con anterioridad, pero jamás en aquella casa suya concebida para el pecado. Esa noche le había mentido a sus hermanos y a sus asistentes, pero en ese momento lo más sabio sería encontrar la salida. ¡De pronto se oyeron pasos! ¿Lo habría seguido KanHun después de todo?

—¿KanHun?

SuHo emitió un grito abogado, repentinamente sobresaltado al ver su propio reflejo. Se sentiría frustrado, ardiendo en deseos.

—¿KanHun? —lo llamó bruscamente—. ¿Eres tú?

SuHo no pudo saberlo, porque el hombre llegó con demasiada rapidez, lo agarró por detrás con un par de brazos fuertes, y le ciñó la cintura sin previo aviso. El sólido y caliente impacto de su cuerpo desnudo le dejó sin respiración, justo en el mismo momento en el que una ráfaga de aire atravesó el corredor y apagó las antorchas de un plumazo.

Los piratas 3- sehoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora