Capitulo 1; No soy nadie.

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Cabalgando a lomos de un caballo de pelaje tan rojo como el fuego y una melena de cabello tan negra como el carbón, un joven recorría las extensas y verdosas praderas que tenían lugar a las afueras de una gran ciudad, resguardada por gigantescas murallas. Su rostro estaba parcialmente cubierto por su capucha, dejando que se asomaran sus ojos de entre la oscuridad. Eran de un intenso tono de verde, pero en su mirada no había ningún rastro de brillo, era como la mirada de un hombre sin emociones. Sus ropas eran muy oscuras, llevaba una gabardina negra y una camisa gris. Sobre el hombro llevaba la capa desgarrada, la cual se movía al compás del galope y de las suaves brisas.

 Sobre el hombro llevaba la capa desgarrada, la cual se movía al compás del galope y de las suaves brisas

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El joven se dirigió al puente que conectaba con la ciudad. Allí, junto a la entrada, se encontró con un grupo de cuatro soldados, quienes se le acercaron e inmediatamente le obstruyeron su camino, provocando que no tuviera más opción que detener el paso de su caballo.

 Allí, junto a la entrada, se encontró con un grupo de cuatro soldados, quienes se le acercaron e inmediatamente le obstruyeron su camino, provocando que no tuviera más opción que detener el paso de su caballo

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Los guardias formaron un circulo a su alrededor, apuntándole con sus lanzas.

— ¡Oye tú forastero! ¡No puedes entrar en la ciudad! — amenazó uno de los guardias, acercando la punta de su lanza a su rostro.

Contrario a lo que ellos esperaban, el joven no se había puesto nervioso. Levantó sin oposición ambos brazos en señal de rendición.

— No busco causar problemas. Solo quiero un lugar para descansar y comer.

— Eso dicen todos. Pero de seguro solo vienes a causar problemas. — comento otro de los guardias, aunque trataba de sonar seguro, en el interior le sorprendía que este hombre no estuviera asustado. Trató de provocar una reacción en él apuntándole con la punta de su lanza en su espalda, pero seguía sin mostrar mostrar ningún índice de temor.

— Sin embargo, supongo que podríamos dejarte pasar — intervino otro guardia con una sonrisa maliciosa — Pero tendrás que pagar muy bien por nuestro silencio.

Sin cambiar su expresión, el joven bajo su mano y de una pequeña bolsa que tenía unida a su cinturón, sacó un total de cuatro monedas de cobre y se las entregó al guardia.

— Muy bien, ya dejenle pasar.

Los guardias se apartaron, permitiéndole el paso al joven. Quien simplemente bajo los brazos y con un leve tirón en las riendas, avanzó hacia las puertas de la ciudad.

Sangrienta Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora