CAPITULO 11

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Era cuestión de tiempo que los descubrieran.

Y más teniendo en cuenta que la niebla hizo que el viaje, que de normal duraba unos ocho días, se convirtiese en más de catorce.

Demasiados para pasar desapercibida a pesar de que no salían de la oscura y apestosa bodega hasta el anochecer. Era entonces cuando aprovechaban a respirar aire fresco y, escondida entre Duncan y su hermanastro Andre, hacer sus necesidades.

El capitán del barco sospechaba de ellos y cuando la niebla perdió a la embarcación la superstición propia de los marineros dictó sentencia: los tres viajeros eran los culpables del infortunio de la nao.

Ese atardecer fondearon frente a una costa desconocida por el capitán y dio orden de preparar el desembarco para el día siguiente.

Magdalena suspiro aliviada pensando que al día siguiente por fin podrían alejarse de la incómoda y asquerosa bodega.

Acuclillada con el pantalón por los tobillos tras Duncan y André, se sorprendió al ver cómo el capitán salía de repente de debajo de unas lonas gritando de satisfacción: " Lo sabía es una mujer!!! Es una muj... "

No pudo terminar de hablar porque el pequeño cuchillo de Magdalena se había clavado en su garganta.

Los marineros que el capitán había apostado para apresarlos salieron de sus escondites en la cubierta del barco.

André fue el primero en reaccionar, aunque no era muy alto, se había mostrado en alguna que otra ocasión como un hábil y diestro guerrero. Antes de que Magdalena se hubiese subido los pantalones ya había acabado con tres marineros.

Duncan estaba rodando por el suelo enzarzado con otro marinero. Cuando por fin se quedó sobre él le partió el cráneo con uno de los bolardos de amarre que había por allí.

Magda ya había dado cuenta de otro de los marinos, que aunque mayores en número, no estaban acostumbrados a luchar.

André con su espada mantenía a distancia al resto, que no osaban acercarse al ver el destino que habían seguido sus compañeros.

Duncan se agarró al poste que sostenía el farol de guardia para incorporarse con tanta fuerza que lo bamboleo tanto que el candil cayó por una escotilla abierta.

Magdalena, André y Duncan se miraron extrañados cuando vieron como todos los marineros que quedaban en el barco saltaban por la borda gritando horrorizados.

La enorme llamarada que salió por la escotilla les hizo salir de su asombró y no dudaron en seguir el camino de los marinos.

Cuando sus cuerpos se hundían en el agua, se produjo la explosión.

"Podías haberme dicho que no sabes nadar" gruño Magdalena agotada por el esfuerzo de nadar arrastrando a Duncan hasta la orilla.

-Esperaba el momento adecuado- dijo el escocés tosiendo el agua que había tragado.

Tras ellos, sobre el mar, los restos del barco ardían desperdigados.

Ni rastro de los marineros.

André, de pie, miraba fijamente hacia las dunas señalando con el brazo: mi... mirar...

Sobre la duna más cercana, una veintena de guerreros a caballo apuntaban sus lanzas hacia ellos.

Un caballo se acercó. A pesar de no ir enjaezado con su peto de combate, se veía por su poderoso pecho y fuertes patas que era un caballo de batalla.

Su jinete no llevaba lanza, pero si un extraña armadura de un exquisito y brillante metal.

La coraza era tan ceñida que su pecho mostraba las formas de unos pechos femeninos.

DUNCAN, YA NO ES GAITERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora