CAPITULO 4

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La señora, estuvo presente en la iniciación de la primera clase, así que le entrego una cuartilla con las vocales, una pluma y un tintero, así como varios trozos de papel de dudosa calidad.

*-Te voy a enseñar del mismo modo que las monjas lo hicieron conmigo, supongo que aprenderás algo más rápido ya que tu intelecto es de adulto. Estas son las vocales. Has de repetirlas hasta que te salgan perfectas.

**-Supervisa su labor Magda, tengo que hacer algo mejor que estar aquí.

En cuanto salió por la puerta la sonrisa de la mujer desapareció del rostro y Duncan salto en su lugar al ver como una navaja se clavaba entre sus dedos, sin rozarle, pero atravesando papel y mesa.

*-Te has creído muy listo y reconozco que me tienes en tu palma de momento. Tanto si sabes como si no sabes leer y escribir, dependo de tus avances reales o no, para no ser golpeada, pero te digo una cosa, patán pulgoso, Cuando mi señora golpea, no lo hace ella, sino que lo manda hacer, por lo que también estaré fuera de tus garras, ya que dejara medio muerta. Por lo que asegúrate de no hacer que me golpeen si no quieres que cuando me levante te corte tus cositas como si fuera un capador de cerdos.

El brillo y la fiereza que podían verse en sus ojos era digno de admirar y lo cierto era que quizás el método era un poco arriesgado, pero...

**-¿Qué tal si hacemos un pacto de no agresión? Tu pasa más tiempo en mi compañía y yo me aseguro de que no te golpeen.

*-Se sincero, tú lo que quieres es meterte en mis bragas a como dé lugar y después de unas cuantas noches, desaparecerás como lo hacen todos los hombres que pasan por aquí.

Y de nuevo le dejó solo caminando con ímpetu, haciendo que ese trasero se meneara ante sus ojos.

Duncan estuvo un buen rato mirando embobado hacia la dirección por donde había desaparecido ese lindo trasero, sumido en un mar de ideas confusas, ya que no podía quitársela de la cabeza.

Una y otra vez venían a su mente imágenes de ella.

El brillo de sus negros cabellos iluminados por la luz de las velas del escritorio.

La suave cadencia con la que sus labios pronunciaban las letras y vocales.

La delicadeza con que sus dedos sostenían la pluma y dibujaban los trazos sobre el papel.

...y también el vendaval que sus cabellos crearon al girarse enfurecida hacia el nada más salir la Señora de la habitación.

...y la amenaza de sus dientes apretados mientras le amenazaba.

...y la habilidad con la que sus dedos clavaron la navaja entre los suyos.

Y sus ojos...

Unos ojos que durante la clase iban del papel a los suyos tímidamente y que en una milésima de segundos se tornaron tan fieros que atravesaron sus pupilas clavándose en su alma.

Si hubiese tenido que buscar un adjetivo para describirla habría sido el de...

-Duncan ¿Va todo bien? ¿Qué tal la clase?

Sobresaltado, Duncan se dio cuenta de que había ido deambulando absorto en sus pensamientos hasta llegar a uno de los patios de la fortaleza en el que Doña Anna compartía la sombra de uno de los porches con su confesor, el padre Rene, y otras notables damas de la zona.

Ante el ceño fruncido de la dueña del castillo, Duncan se inclinó rápidamente, exagerando todo lo posible el saludo a la vez que contestaba:

-Todo lo contrario milady, he aprendido mucho, nunca sabré como agradeceros vuestra gran generosidad y misericordia hacia este humilde pecador y desde hoy vuestro más fiel servidor.

DUNCAN, YA NO ES GAITERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora