6. Jasón Campbell

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Gavriel Van Buren

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Gavriel Van Buren

Lastimar niñas no era lo mío.

Pero como había dicho Edgar antes: esa cosa no es una niña, es una puta asesina.

Una bestia de ojos marrones brillantes y rostro angelical.

Y era por eso que la tenía amarrada de pies y manos en la mesa al centro de la mazmorra.

El potro...

Una de las torturas más perversas y macabras de la época medieval. Aunque no era mi favorita era algo a lo que solía usar cuando quería que mi víctima confesara rápido. Muchos solían hacerlo ya que no querían que les arrancará brazos y piernas se un tirón.

No fue difícil atar a la chica a la mesa; ella era pequeña y estaba débil por todo lo que había pasado aquí.

Lo que si fue difícil fue no verla como una niña que parecía ser inocente.

—Me gustas más así: sin poder moverte y sin parlotear como una puta guacamaya -rodee la mesa para poder apreciarla

Ella solo hacia sonidos sin sentido, eso debido a que también había puesto una cinta en su boca.

-Bien, ahora que puedes comportarte como una niña buena será más fácil hacerte las preguntas que quiero que respondas -dije mientras me detenía en la cabecera de la mesa, justo donde estaba la cabeza de la chica. Apoye mis codos en esa parte de la mesa y me acerque un poco al rostro de ella-. ¿Por qué tan callada solecito? -pregunte con una media sonrisa. Una mirada furiosa se asomó por esos ojos marrones-. Sabes, tus ojos me recuerdan a los de un lémur ratón...

Ella soltaba jadeos furiosa mientras se removía en la mesa tratando de liberarse de las sogas que amarraban sus manos y pies.

Me enderece de nuevo y me saque mi camisa por encima de la cabeza, quedando desnudo de cintura para arriba.

Había comenzado a sudar por el calor en aquella habitación. Y no sabía si era porqué estábamos cerca del almacén de hornos o era por la adrenalina de ese momento. El momento dónde iba a sacarle la verdad y ella terminaría confesando todo mientras suplicaba por un alivio para su dolor.

Ella suplicándome mientras llora y jadea...

El pensamiento hizo que una corriente me atravesará por todo el cuerpo empezando por mi pecho que subía y bajaba por la respiración acelerada, después recorriendo mis manos las cuales abría y cerraba con fuerza por la necesidad de tocarla. Y finalizando en una parte de mi cuerpo que se había endurecido como roca y me hizo echar la cabeza hacia atrás dando un respiro pesado.

¿Qué carajos te pasa Gabriel? Contrólate

Mire de nuevo a la chica y ella no me miraba a los ojos, más bien miraba mi torso desnudo, al notar que yo la estaba mirando mientras me observaba aparto la mirada y un color carmesí tiñó sus mejillas.

El pecado de la inocencia  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora