Gavriel Van BurenLastimar niñas no era lo mío.
Pero como había dicho Edgar antes: esa cosa no es una niña, es una puta asesina.
Una bestia de ojos marrones brillantes y rostro angelical.
Y era por eso que la tenía amarrada de pies y manos en la mesa al centro de la mazmorra.
El potro...
Una de las torturas más perversas y macabras de la época medieval. Aunque no era mi favorita era algo a lo que solía usar cuando quería que mi víctima confesara rápido. Muchos solían hacerlo ya que no querían que les arrancará brazos y piernas se un tirón.
No fue difícil atar a la chica a la mesa; ella era pequeña y estaba débil por todo lo que había pasado aquí.
Lo que si fue difícil fue no verla como una niña que parecía ser inocente.
—Me gustas más así: sin poder moverte y sin parlotear como una puta guacamaya -rodee la mesa para poder apreciarla
Ella solo hacia sonidos sin sentido, eso debido a que también había puesto una cinta en su boca.
-Bien, ahora que puedes comportarte como una niña buena será más fácil hacerte las preguntas que quiero que respondas -dije mientras me detenía en la cabecera de la mesa, justo donde estaba la cabeza de la chica. Apoye mis codos en esa parte de la mesa y me acerque un poco al rostro de ella-. ¿Por qué tan callada solecito? -pregunte con una media sonrisa. Una mirada furiosa se asomó por esos ojos marrones-. Sabes, tus ojos me recuerdan a los de un lémur ratón...
Ella soltaba jadeos furiosa mientras se removía en la mesa tratando de liberarse de las sogas que amarraban sus manos y pies.
Me enderece de nuevo y me saque mi camisa por encima de la cabeza, quedando desnudo de cintura para arriba.
Había comenzado a sudar por el calor en aquella habitación. Y no sabía si era porqué estábamos cerca del almacén de hornos o era por la adrenalina de ese momento. El momento dónde iba a sacarle la verdad y ella terminaría confesando todo mientras suplicaba por un alivio para su dolor.
Ella suplicándome mientras llora y jadea...
El pensamiento hizo que una corriente me atravesará por todo el cuerpo empezando por mi pecho que subía y bajaba por la respiración acelerada, después recorriendo mis manos las cuales abría y cerraba con fuerza por la necesidad de tocarla. Y finalizando en una parte de mi cuerpo que se había endurecido como roca y me hizo echar la cabeza hacia atrás dando un respiro pesado.
¿Qué carajos te pasa Gabriel? Contrólate
Mire de nuevo a la chica y ella no me miraba a los ojos, más bien miraba mi torso desnudo, al notar que yo la estaba mirando mientras me observaba aparto la mirada y un color carmesí tiñó sus mejillas.
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El pecado de la inocencia
Casuale(LIBRO I de la saga "Almas Corrompidas") El infierno no está debajo de nosotros cómo la iglesia nos hizo creer. Está aquí, en la tierra... en una isla secreta en el Océano Indico para ser más exactos. La Prisión Jerusalén, el lugar donde el mal es...