┝♡━ 𝕷𝖆 𝖍𝖎𝖏𝖆 𝖉𝖊𝖑 𝖎𝖓𝖛𝖊𝖓𝖙𝖔𝖗 ━♡┥

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El sol se asomaba por la ventana de la pequeña casa de madera. Unas pequeñas gotas de rocío recorrían los vidrios, que al caer salpicaban sobre las mentas difundiendo su aroma.

El olor a té de rosas inundaba la cocina, la puerta de esta estaba entreabierta, una gallina asomaba su cuello por la pequeña rendija mientras picoteaba las migajas que estaban del día anterior.

La cerca del patio trasero se cerró con delicadeza por la joven, quien se acomodó su capa y la capucha para resguardarse del frío de la mañana, era un despertar helado en Beika. En los últimos años, los inviernos han sido más crudos y crueles que de costumbre, y a pesa que estén a finales de verano el helado otoño se estaba haciendo presente. La chica tomó la canasta que dejó colgada en la cerca y empezó a descender la colina que la llevaba al centro del pueblo.

El intenso olor a humo de las chimeneas, mezclado con el olor a pan recién horneado llego a las fosas nasales de la chica, sonrió al sentir como se le hacía agua la boca por un trozo de pan recién horneado. Apresuró su paso para poder comprar de las primeras.

- Buenos días, señorita -la saludo el panadero con una sonrisa-, ¿lo de siempre?

La chica negó con suavidad, mostrando una pequeña y tímida sonrisa: -Hoy también quiero dos bollos de miel, por favor.

- Entonces, seis panes recién horneados y dos bollos de miel -dice tendiéndole las cosas para que la chica guardara sus provisiones en la canasta-. Si eso es todo, serían quince yenes.

La joven le dio el dinero al panadero, para despedirse con un ligero gesto y así encaminarse a su siguiente destino. Mientras recorría el mercado de Beika, la joven pudo divisar un tumulto de gente agrupada, un suspiro salió de sus gruesos labios, si no se equivocaba, el famoso cazador Mouri había llegado con otro de sus trofeos, como solía llamarlos. Ágilmente esquivo a las personas cubriéndose el rostro con su capucha.

No era un secreto que a Kogoro Mouri le gustaran las chicas jóvenes y hermosas, siendo mucho los casos en que ellas lo seguían como moscas a la miel. A ese hombre no le molestaba la atención desmesurada de las jovencitas, sin importarle de muchas veces recibir una que otra represalia de su única hija, Ran.

Tras ver que la gente lo seguía a la cantina, la chica relajo sus músculos, y siguió su camino, el dulce aroma de las flores recién cortadas hizo que se detuviera unos instantes cerca del puesto ambulante de una chica, que siempre aparecía de vez en cuando por el mercado.

- ¿Algo que te guste? -la voz de la vendedora, sorprendió a la muchacha oliendo las flores, así dando un pequeño brinco en su lugar.

- Las flores azules -apuntó el único ramo que se encontraba en el fondo del carrito.

- Buena elección -sonrió la chica de orbes del mismo color que el fuego-. Se llaman aciano, cinco yenes -dijo toscamente.

La joven sin más le dio el dinero, la joven de su misma edad le sonrió y se marchó sin decir palabra. Dejó las flores en el canasto y siguió su camino hacia la biblioteca para entregar el libro que le habían prestado la semana pasada.

La campanilla sonó, acto inmediato se vio asomarse el fino cuerpo de la chica que atendía la única biblioteca del pueblo.

- ¡Eres tú! -dijo entre risas la chica de cabello corto amarrado en un pañuelo verde-, creo que sin ti este negocio no sería muy concurrido.

- Buenos días también para ti, Sonoko -la chica nombrada se apoyó en el mesón con ambas manos sosteniendo su fino rostro, aquellos juguetones ojos semi verdosos observaban como la chica dejaba la canasta sobre un taburete.

La bestia (Shinichi Kudo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora