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Los días transcurrían y Conter seguía enojado con Spreen. Y tenía sus razones.
La primera: lo había hecho creer que estaba de pareja con alguien más, haciendo que se sienta mal.
La segunda: le quiso dar celos con otra persona, pero terminó en hacerle daño.
Y la tercera: es demasiado estúpido que le sigue gustando. Y también se odiaba por eso.
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Al rededor de casi dos semanas, en las cuales Spreen no había conseguido el perdón del peli-blanco.
Y a de ser verdad, lo extrañaba, extrañaba muchísimo a Conter, su Conter, su mejor amigo, al chico de cual se había enamorado, al chico que le hizo daño, al chico por el cuál ahora estaba peleando por su perdón, y pensaba en conseguirlo.
Aunque sabía que el conejo no se la iba a dejar fácil, lo conocía bastante bien, demasiado bien.
Al principio intentó comprar su perdón con regalos, los cuales el híbrido de conejo se lo terminaba regalando a Serpias.
Después llamando su atención con cualquier cosa, pero también falló en eso. Luego intentó en ir a su casa, pero siempre le cerraba la puerta en su cara.
Había intentado con muchas cosas, pero todas fallaron, solo le quedaba dos opciones.
Ir a rogarle en sus pies, o darse por vencido. Aunque no tenía pensado hacer ninguna de las dos.
Primero, su orgullo no le dejaba hacer la primera opción y la segunda, no podía darse por vencido con el chico que más ama.
El chico quien lo hizo pasar buenos ratos, quien lo ayudó con sus problemas familiares, el que defendió de los demás cuando se querían aprovechar del menor, su chico.
