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- ¡Suerte!

Gritaron los soldados cuando Alec bajó del vehículo. Lo habían llevado a la ciudad y agradecía el gesto.

Entró a un hotel y alquiló una suite, pagó con transferencia, afortunadamente seguía cargando con su teléfono. Se mantuvo tenso en el ascensor, casi parecía esperar que en cualquier momento las puertas fueran forzadas y el faraón se abriera paso.

El "Ding" característico del elevador le indicó que había llegado. Abrió con su llave electrónica. Era una habitación muy hermosa, limpia y espaciosa, con un buen armario que no sería necesario.

¿Cómo es que el faraón lo encontraba tan rápido?

Alec se desnudó y buscó en toda su ropa un rastreador pero no encontró nada.

Volvió a vestirse y se tiró de espaldas a la cama con las manos cruzadas tras la nuca.

El faraón era un enigma, un laberinto que Alec no quería resolver pues terminaba en su inminente muerte.

El techo al lado de la ventana se derrumbó haciendo un estruendo.

- ¿Porqué no usas las puertas cómo una persona normal?

Preguntó con molestia sin verlo a los ojos, estaba cansado y enfocado en una mancha en el techo.

A Magnus le sorprendió la repentina actitud derrotada.

- No corres

Dijo contrariado.

- Primero quería preguntar. ¿Vas a matarme inmediatamente? ¿Aquí? ¿Dejarás mi cadáver en ésta habitación de hotel?

El faraón tenía un plan

- No, llevarte a Egipto en el altar sagrado

Vaya, al menos eso le garantizaba un poco de tiempo.

- Bien, entonces vámonos. Llegando a Egipto volveré a escapar, no conozco Rusia y el frío te importa una mierda.

Magnus estaba un poco demasiado contento.
El mercenario se puso de pie encarándo al faraón.

Alec lo vió acercarse, sentía un nudo en el estómago ya no sabía ni porqué.
¿Hambre?, ¿nervios?, ¿gastritis?, ¿excremento?
Lo último no creía, tenía decenas de horas sin probar bocado y había ido al sanitario en el Loft antes de que la momia lo encontrara.

En fin

El dedo índice de Magnus golpeó su frente. El faraón lo vió cerrar los ojos y perder sus fuerzas, lo sostuvo en brazos antes de que cayera.

Para su fuerza, el peso de Alexxander era cómo tener una cría de gato en brazos.

Vió una alfombra en el suelo, de inmediato la hizo levantarse y llevarlos por los aires.

No quedaba mucha distancia entre Rusia y Egipto, no era cómo atravesar el mar por lo que en poco tiempo llegó a su pirámide.
Magnus había sacado todo de debajo de la arena antes de irse de cacería. Las pirámides se alzaban orgullosas y su gente ya se había encargado de limpiar todo.

Sus sacerdotes seguían negociando con el nuevo gobierno su posición en la sociedad y lo primero que había quedado claro era que el faraón y su gente eran civilización aparte. El gobierno no tenía derecho alguno a intervenir en sus asuntos, exigir nada, ni siquiera pisar sus tierras.

El Destino de la Momia #malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora