[III/V]. Cinco cosas que Camus aprendió de Saga

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III

Trató de ensordecerse al zumbido que provenía de la luz y que no parecía del todo real.

Nada era real, se recordó, y siguió avanzando con firmeza a través del laberinto, desafiando a su guardián al no buscar simplemente la salida que estaba disponible para transeúntes. Camus fue más allá, deseó ver lo que se escondía en las entrañas de Géminis.

No estuvo seguro de cuánto tiempo pasó hasta que las paredes monocromáticas se derritieron y pudo ver de nuevo el familiar gris del mármol.

—Acuario. —Camus volteó sobre el hombro. La silueta que perdía sombras con cada zancada le pareció tan indistinguible como cambiada. No había pasado tanto tiempo; apenas un mes de absoluta falta de contacto, pero la oscuridad del ambiente que aquél tenía tejido en Géminis y la poderosa confección del metal que vestía le daban un aire distinto.

Más lamentable de lo que esperó; sirviéndose de ilusiones materiales e inmateriales para ocultar el desorden que Camus vio en cuanto giró en sus talones y apuntó los ojos a su mirada.

—Saga. —No hubo respuesta. Camus desvió la vista hacia la mano izquierda de Saga—. ¿Por qué traes un conejo de peluche?

El mayor parpadeó y al siguiente respiro, superficial y fatigado, la lobreguez de los pasillos pareció no existir más. La armadura de Géminis pareció no existir más. En la expresión de Saga, Camus lo vio reducido a lo esencial. Tan respirablemente débil que no pudo evitar apretar los dientes.

—No es mío. —Saga miró el objeto con suspicacia, recordando poco a poco por qué se le había ocurrido sacarlo de la bodega. Era una reliquia de su infancia y portaba las cicatrices de pleitos fraternales, además de mugre y polvo que opacaba el color azul pastel.

Camus alargó el silencio y su mirada se tornó punzante. Saga entendió que su explicación no bastaba:

—Mi hermano. —Eso era aún peor, entendió al notar la tensión en los hombros del menor—. Murió hace tiempo.

Camus suspiró, cruzó los brazos sobre su pecho y se tomó medio minuto para conectar los puntos. Reescribió la historia de Saga en su mente, incluyendo en alguna grieta del pasado la pérdida del hermano, y creyó que con ello podía armar conclusiones válidas sobre detalles que, en cierto momento u otro, lo desconcertaron.

Tal como el motivo que le tenía allí, en busca del compañero desaparecido. Cierto que Saga había dejado su acto social de antaño para recluirse entre obligaciones y desaparecer durante largos períodos de tiempo debido a misiones que le llevaban muy lejos, y cuyos objetivos eran confidenciales. Sin embargo, en algún momento Saga regresaba y volvían a estar en la biblioteca, o a caminar en el bosque aunque ya no hubiera plantas que recoger pues el herbario había sido terminado. O a buscar la mejor cumbre de montaña para leer las estrellas.

Esa consistencia dentro de la esfera de irregularidades mantenía a una parte de Camus esperando mientras llevaba a cabo sus actividades diarias y entrenaba para apropiarse de la frialdad imposible. Tal dinámica ya llevaba un par de años instalada, hasta la alteración del último mes.

La reciente ausencia, más larga que las previas y totalmente inexplicada —sin siquiera la excusa de una misión—, sumada a la información recién recibida, llevaron a Camus a una sencilla deducción.

—¿Por estas fechas?

Saga ladeó la cabeza. Miró el descolorido peluche con repentina indiferencia, y asintió.

Camus ya no tuvo que preguntar dónde había estado y Saga ya no tuvo que mentir.

—Vamos afuera.

Tenía tiempo que no lo ayudaba con las estrellas. A estas alturas, Camus ya había leído todo lo que existía en su biblioteca sobre los astros y demás, pero hoy más que nunca juzgó necesario escucharlo de Saga.

Buscaron un monte alto y un árbol con frutos que dieran buen olor al recostarse contra él. Sus brazos contactaron con un roce. El hombro de Saga quedó varios centímetros más alto que el de Camus, quien miró de reojo para ir registrando los cambios en el perfil del mayor.

Las estrellas mejoraron a Saga. Y si bien Camus no contó con las narraciones mitológicas de costumbre, estuvo conforme con las luces en las que sus ojos no se concentraron demasiado, con el fresco anochecer, con los chirridos de grillos y con las eventuales exhalaciones lo suficientemente profundas como para alcanzar sus oídos.

—¿Por qué me buscabas? —Saga volteó hacia él de repente. Camus miró al frente y hacia arriba, frunciendo el ceño. Por un momento creyó haberlo olvidado por completo.

Pero era bien simple: porque no estaba.

—Cero absoluto —dijo, y volvió la mirada hacia Saga, quien no hizo más que parpadear—. Dijiste que querías verlo... cuando lo consiguiera.

La escasa luz se reflejó de manera distinta en los ojos del mayor cuando recordó sus propias palabras repetidas en azarosos momentos del pasado.

—Muéstrame.

Camus tensó los labios, asintió, y abrió la palma de su mano, alzándola en el poco espacio que quedaba entre ellos. Dudó apenas un segundo. La mirada de Saga sobre su mano ejercía presión. No lo había visto genuinamente entusiasmado por algo desde hacía una cantidad ofensiva de tiempo.

La estática se sintió vibrando en el ambiente antes de que el fulgor color agua fuera visible; primero sobre la silueta de sus dedos, y gradualmente se concentró sobre las líneas de su palma. Chispeaba y crecía; un cúmulo de luz que aparentaba estado líquido.

Saga puso la mano encima. Camus dio un respingo y el mayor siseó, quemado por el indolente frío. Camus incrementó la temperatura de inmediato hasta que la formación de polvo de diamantes desapareció. Su piel fue de hielo a fuego cuando resultó que Saga dejó su mano allí, ahora buscando tibieza.

Camus miró su propia mano como si no le perteneciera. Instada por la de Saga, ambas bajaron al pasto y esperaron allí a que uno u otro admitiera que no tenían motivo para estar juntas.

Camus mantuvo sus ojos sobre Saga con insistencia, preguntando en silencio —uno que no existía plenamente porque había bastante ruido en su cabeza—. Pero Saga estaba enfrascado observando el cielo de nuevo, ahora más oscurecido que momentos atrás. La mano que aplastaba a la suya transfería calor y la cadencia de un pulso ajeno. Camus creó escarcha leve en su palma para mediar la temperatura. Saga reaccionó acariciando los pequeños cristales fríos, y sonriendo curioso por las cosquillas.

El menor torció los labios. Sin armadura, sin laberinto, sin ilusión alguna, Saga le pareció más consolidado de lo que recordaba en años.

Y al ver al otro más fuerte, se sintió débil. No quiso apresurarse a diseccionar tal contrariedad. No pretendió comprenderlo de inmediato porque estaba en terrenos cien por ciento desconocidos, y tampoco preguntó. No le parecía que Saga contara con las facultades como para esclarecerlo.

Sin embargo, de nuevo le enseñó algo que ya tendría que haber sabido.

Sentirse débil era inquietante.

-Crédito: https://justwontshine.wordpress.com/2013/06/05/cinco-cosas-que-camus-aprendio-de-saga-saga-x-camus-35/

One - Shots - Saga x Camus [Terminada] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora