[II/V]. Cinco cosas que Camus aprendió de Saga

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II

—¿Cuánto tiempo crees que tenga esto? —Saga hojeaba las grandes páginas calmosamente, retratando los detalles de las plantas secas.

—Mira las notas. —Camus le lanzó una mirada rápida, lo suficiente para ver la pequeña sonrisa con la que el mayor admitía su despiste. Saga se tomó más tiempo con cada página para leer las anotaciones de algún antiguo Acuario. En el proceso, iba relacionando las especies vegetales prensadas en el herbario con las que conocía del bosque. Algunas nunca las había visto; habían sido traídas de tierras frías y lejanas.

Y entre que hacía tal cosa, sus pupilas elevaban el ángulo ocasionalmente para tantear lo que sucedía con Camus, quien continuaba inspeccionando los libreros y baúles por simple necesidad de conocer a detalle el lugar que habitaría y guardaría.

El niño había conseguido amplios y diversos conocimientos husmeando entre los vestigios del pasado, pero lo más interesante eran las pizcas entrelíneas gracias a las cuales había comenzado a armar una imagen de su predecesor.

Desde que lo sorprendió tres días atrás en medio de la faena de arreglar el lugar, Saga lo había seguido visitando en las tardes, declarándose curioso por los secretos que la biblioteca de Acuario pudiese encerrar. Había dicho que en Géminis no existían rastros de los previos ocupantes; nada interesante allí.

Saga se levantó del banquito y se estiró antes de acercarse al escritorio. Dejó el herbario encima y siguió observando y leyendo, hasta que Camus soltó un sonido sorprendido que fue opacado por un traqueteo.

Al voltear, Saga encontró al chico en el piso, parcialmente cubierto por libros, pergaminos y cajitas. Trató de no reír ante su estado despeinado y la expresión mortificada que le ponía el rostro especialmente rojo. Se acercó para ayudarlo a rescatar los objetos atacantes que habían caído de la repisa, y volvió al escritorio para acomodarlos ahí.

Dejó que se levantara solo, presintiendo que si le ofreciera una mano lo miraría con algo de resentimiento. Revisó el trío de cajas que había recogido hasta que encontró algo llamativo en la tercera, que chirrió al ser abierta.

Puso los ojos grandes un instante, y luego los entrecerró, arqueando la ceja. Extrajo el objeto con ambas manos y lo acercó a su rostro, ubicándolo de manera que pudiera ver a través de los aros. Sopló espantando el polvo y luego, con mucho cuidado, limpió los vidrios con la orilla de su playera.

—¿Qué haces? —Camus llegó a asomarse a su lado, cargando algunos de los libros que se habían desparramado durante el incidente. Tenía ambas manos ocupadas y no pudo defenderse ante el objeto que Saga montó sobre su nariz.

—¿Estos te sirven? —preguntó el mayor. Camus pudo escuchar la entretención disfrazada en su tono.

—No tengo problemas de vista. —Su gesto de rechazo consiguió que los lentes escurrieran un poco de su nariz. Saga empujó con el dedo índice sobre el puente de las gafas para reacomodarlas, y siguió sonriéndose internamente por la imagen de Camus con el cabello alborotado y unos anteojos demasiado grandes para su cara.

Finalmente, cuando aparecieron pliegues entre las cejas partidas del menor, Saga sujetó ambas patillas y retiró los anteojos para volver a guardarlos.

—Tal vez algún día los necesites.

Por suerte no fue así, pero Camus siguió acudiendo a la biblioteca con regularidad para mantenerla limpia y repasar las obras bibliográficas. Sería hasta algunos años después que Camus desarrollaría interés en el herbario que tanto había llamado la atención de Saga, y también había comenzado a aficionarse a los registros donde el antiguo Acuario describía el comportamiento de los astros y su significado.

Saga lo ayudaba un poco con sus dos nuevos pasatiempos, aunque se mostraba notoriamente más inútil en lo concerniente al primero.

No podía ni darle a sostener las yerbas porque acababa destrozándolas sin darse cuenta. Ya tenía varios años desde que Camus comenzó a notar que Saga embotellaba demasiado estrés dentro de sí mismo y tenía lapsos de completa falta de atención. Esto último le había resultado fastidioso al principio, hasta que entendió que no lo hacía intencionalmente. Aún le parecía una característica latosa pero ya se había acostumbrado.

El problema era que últimamente había visto más del Saga intranquilo que del Saga ausente, y lo que fuera que lo tuviera con los nervios de punta estaba acabando con sus especímenes para el herbario, que sucumbían a la ansiedad de las uñas de Géminis.

Camus avanzó por el sendero, seguido de cerca por el mayor y considerando seriamente prescindir de su «ayuda». Al final nunca lo hacía. A sus dieciocho, como el mayor de la élite dorada y el único líder desde la traición de Sagitario, las responsabilidades en el Santuario y misiones al exterior no le dejaban a Saga mucho tiempo libre (tanto así que algunos clamaban no verlo por meses a la vez), y parecía valorar en alto grado los ratos de nada que compartían.

Saga se agachó entre algunos arbustos, y Camus se asomó sobre su espalda para indagar. No era que le fascinara la recolección en sí, pero las páginas vacías al final del herbario lo molestaban y ahora tenía el terco objetivo de completarlo.

—¿Qué tal este? —Saga se enderezó, volteando hacia él y alzando la mano para mostrarle lo que había conseguido.

Tras el primer vistazo, a Camus le pareció ordinario y pensó en descartarlo, pero se tomó un momento para evaluar el trébol ofrecido con una mirada clínica.

Uno, dos, tres cuatro...

Lo rescató antes de que los dedos de Saga desquitaran la tensión en sus hojas verde brillante.

—Está bien.

La contracción en la comisura de los labios de Saga no fue una sonrisa, pero encerraba una especie de agradecimiento que dejó curioso a Camus.

La segunda lección fue que había algo de especial hasta en las cosas más simples.

Crédito: https://justwontshine.wordpress.com/2013/06/05/cinco-cosas-que-camus-aprendio-de-saga-saga-x-camus-25/

One - Shots - Saga x Camus [Terminada] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora