CAPÍTULO II: SORPRESA

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El rubio había despertado aquella mañana empapado en sudores gélidos, entre quejidos que lo asustaron a él mismo. Fue una pesadilla. Fue una revelación. Alguien quería matarlo. Alguien fuerte. Algo aberrante y oscuro.

Pues el cabrón se iba a tener que esperar, pensó mientras abría sus ojos e intentaba aclimatarlos a la luz matinal, fuera quien fuese, porque no pensaba morir hasta que perdiera su virginidad. Después, que pasara lo que tuviera que pasar.

Entonces le llegó el bullicio de Queens.

Queens: ubicado en Long Island, era su nuevo hogar. Un barrio muy gris. En nada parecido a las llanuras verdes de su tierra natal; al aire puro y cristalino. Con frecuencia, la echaba de menos: su antigua vida. A su familia. Pero al final, sabía que era igual o peor que su vida en Queens. No: sin duda Queens era peor. Por lo menos en Asgard tenía un padre y un hermano. En Queens no tenía a nadie. Tampoco tenía nada: solo un departamento de poca monta.

Sentado en el borde de la cama, Naruto miró hacia el ventanal que dejaba entrever una singular vista aérea de la ciudad, y frunció ligeramente el entrecejo. Se lo habían vendido como el destino idílico al que todo desertor desea llegar. Como el paraíso que un joven semidiós merece obtener luego de tanto dolor. ¡Sorpresa...! Gracias al hechizo de ese mago de fiestas infantiles, Steven Strange, o como fuera que se llamara, nada de eso pasó. Nada en absoluto.

«Este hechizo te hará pasar desapercibido por unos días —le había dicho, el muy mamón—. ¿Cuántos días? Oh: pues unos tres, más o menos».

Naruto sonrió con acritud. Tres días. ¿Llamaba tres días a diez putos años?

Lo habría dado todo por haber hallado su fea morada de hechiceros para consumar así su venganza. Lo habría dado todo por una vida normal, tan siquiera. Lo habría dado todo por algo de sexo, inclusive. Lo habría dado todo por no haber caído en el Sanctum Sanctorum, mejor. Aunque... ¿qué ganaba lamentándose?

Soltó un suspiro. Sabía que no ganaba nada pensando en el «hubiera». Sin embargo, si un día ese mago de pacotilla decidía aparecerse por ahí, ese día, ese gran, gran día, le cortaría las pelotas con un cuchillo oxidado...

¿A quién quería engañar? Nunca aparecería.

El rubio hizo un mohín. Miró sus manos fantasmales, las ahuecó un poco y las inclinó hacia delante, imaginándose unos pechos regordetes. Cerró sus ojos: eran los de la chica del Starbucks. Tenía unos pechos perfectos. Casi perfectos. Pensar en esos magumbos siempre le valía. Eran su dosis diaria de oxitocina. Aliviaban sus malos ratos. Lo alejaban de su jodida realidad.

De pronto, oyó algo, un zumbido, pero también sintió algo, un escalofrío; y la excitante y reconfortante sensación de estar masajeando por primera vez un par de tetas enormes aumentó mil veces. Eran unos pechos suaves y perfectos. No le cabían en las manos. ¡Jesús, de aquello se había perdido toda su vida! Apretó con fuerza. Sus dedos se hundieron en la carne como gelatina y...

Alguien carraspeó.

—¿Todo bien por ahí? —quiso saber la voz de un hombre.

El rubio abrió al instante sus ojos. Vio a su derecha al mago de pacotilla, Steven Strange, y en frente suyo, con el entrecejo fruncido, a la Bruja Escarlata.

El rubio de Queens (Naruto Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora