Capítulo 3. "Homicidio romántico"

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Se separó de mí después de unos minutos, con una sonrisa espléndida y sin apartar su mirada de la mía. Parecía retarme aún a sabiendas de que era una batalla perdida. Ojeó a Kellen y Adonis, quienes se compartían el porro y se los pidió, dando un toque y esparciendo el humo de sus labios hacia mi rostro.

—¿Quieren una cerveza? —hablaba calmosa, con una sonrisa permanente en sus labios.

Asentí antes de responder.

—Sí, claro —me levanté del sofá con intenciones de ir a la cocina, pero ella imitó mi acto y me tomó del brazo.

—Voy yo, tranquila —antes de caminar a buscar las bebidas, me dio un beso fugaz que pareció apenas un roce torpe de labios.

Aproveché para mirar a los muchachos, quienes parloteaban en su propio mundo, sin intenciones reales de querer incluir a nadie más a su conversa. El humo llenaba cada espacio del lugar y la música era tenue, de ambiente. Las tonalidades verdes se me hicieron familiares en lo profundo de mi memoria, pero no lograba visualizarlo.

Iris regresó con las manos vacías.

—Se me acabaron —noté que tenía puestas sus sandalias y hacía sonar las llaves que cargaba en sus manos—. Voy a comprar algunas, no tardo.

—Espera —le dije rápidamente, extrañada—. No tienes que comprar nada, es algo tarde.

—Oh, no, tranquila. Puedo comprarlas aquí cerca, solo serán cinco minutos.

—¿Te acompañamos? —los demonios intervinieron, para mi sorpresa.

—No, está bien —meció su pelo rubio al caminar hacia la entrada—. No me tardo.

Y antes de que pudiera decir algo más, ya se había ido escurridiza, rápida, sin chance a perseguirla. Un mal presentimiento crecía en mi pecho y atisbé a lo lejos el reloj de la pared, que marcaba las once y media.

Me senté, intentando ser paciente, mientras cerraba los ojos y prestaba atención a la letra de la canción que se reproducía. No logré encontrar las voces de los muchachos. Abrí un ojo y los vi, callados, mirando hacia todos lados.

—Qué lugar tan extraño —susurró Kellen, como si hubiera pensado en voz alta.

Tenía razón, era un lugar raro, pero Iris parecía un ángel, y eso que no me llevo bien con los ángeles. En especial con los serafines, que no se cansan de joder en el infierno cada vez que a Dios no le gusta algo de lo que hacemos; más que sus mensajeros, parecen sus esclavos.

Noté cómo dejó su teléfono en la mesita de los cristales. Me crucé de brazos, incómoda, pero rápidamente me hice un moño en mi cabello, dejando que algunos mechones enmarcaran mi rostro. Pensé sin querer en Luci y el trabajo que me dijo que me daría, y que por su tono de voz lo más probable es que sea algo molesto o irritante, como coordinar el castillo de Leviatán, el demonio de alto cargo quizá más prepotente. O capaz sea entrenar algún neófito, pero rogaba en mis adentros que fuese cualquier otra cosa menos eso.

Empecé a morderme las uñas pensando en mi futura labor. ¿Y si me castigaba siendo su mensajera?, no me soporto a un serafín más, ya suficiente tengo con Valentín y sus constantes quejas. Dios esto, Dios aquello. Le cortaría sus pequeñas alitas con una guadaña si pudiera.

Pasaron algunos minutos y mi paciencia se agotaba. Me preguntaba por qué no la había detenido para acompañarla. Qué me costaba. Me sentí repentinamente una idiota, ¿estar con los humanos me contagia de sus debilidades mentales? Qué me importa, ya regresará, y si no lo hace me largo y ya está.

—Ya está —dije en voz alta sin querer. Los muchachos me miraron, atentos—. Se está tardando mucho, iré a buscarla. —dije todo lo contrario a lo que acababa de pensar.

Veneno: La mano derecha de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora