Capítulo 4. "Después de horas"

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Me desperté aún sintiéndome agotada, con la silueta desnuda de una mujer conocida al lado de mí. Loto, todavía dormida, reposaba como un ángel en el primer plano de mi mirada. Irónico, porque la noche anterior toda su pureza se había desvanecido en cuanto la invité a pasar un rato conmigo.

Miré alrededor, el sol estéril y opaco apenas entraba en la ventana, haciendo un esfuerzo inútil por simular al de la tierra. Necesitaba ir allí, saber cómo está Iris y asegurarme de que no haya visto mis alas ni la muerte que pasó junto a ella por mi culpa. No sé si está bien, si está viva o dónde está, pero supongo que deberé descubrirlo.

Me vestí en un abrir y cerrar de ojos, peinándome apenas con las manos y dejando a la chica menuda en mi cama, sin inmutarse de nada de lo que le rodea. No me costó encontrar a Kellen y Adonis, ya que cuando no se encargaban de molestarme por órdenes de Luci, trabajaban en el Castillo de Asmodeo, Dios de la lujuria y demonio de alto rango.

El calor reconfortó mi cuerpo apenas entré, y pude notar la organización milimétrica bajo la cual se regía el lugar: demonios por aquí y por allá y el constante cuchicheo; a lo lejos, podía escuchar los gritos, el sonido de las brasas y las cadenas. Sonreí por inercia, complacida.

Mi presencia llamó la atención de algunos demonios neófitos, quienes se acercaron para preguntarme qué necesitaba y si Lucifer tenía algún mensaje que enviar. Pedí la aparición de Adonis y Kellen, quienes en unos minutos ya estaban frente a mí, temerosos, sin saber cómo saludarme.

—No estoy molesta con ustedes por haberme quitado el anillo —les aclaré sin ninguna expresión en mi rostro—, pero vuelven a hacerlo y los meteré cien años en el Castillo de Leviatán levantando escombros.

—Vale —dijeron al unísono, en un susurro, evitando mirarme a los ojos.

Puedo entender sus actitudes: le quitaron el objeto de poder a un demonio de alto cargo. Eso representaría una muerte instantánea para cualquiera, pero había algo de ternura en sus acciones, ya que se lo dieron a Lucifer. Sí, el acto los convierte en unos malditos chismosos, pero en el fondo eso es lo que haría un demonio responsable —y un traidor, en partes iguales—. Prefería quedarme con la visión adorable del asunto.

—Necesito encontrar a Iris —ellos me miraron por primera vez—. Necesito... saber si ella vio algo o si notó algo de lo que pasó.

—Eso no te costará —mencionó Kellen con una media sonrisa—. La noticia ha causado revuelo en toda California.

¿Qué?

—¿De qué hablas?

—Veneno, todos se enteraron de que dos hombres murieron de forma trágica al intentar abusar de una chica —dijo Adonis—. Claro, ellos no saben quién fue el responsable.

—Aún —aclaró Kellen, mirándome con suspicacia—. Al paso que vamos, en una semana serás la más reconocida de la ciudad.

Lo miré con desencanto, aunque en el fondo de mi interior crecía la preocupación con rapidez, dejándome aún con la imagen desagradable del cabello sucio de Iris y la sangre goteando, espesa y turbia, a través de mis manos. Algo en mí dejaba entrever una sensación de humanidad, de piedad, que ni yo misma sabía de dónde provenía.

Sin más que agregar, los demonios me acompañaron hacia la superficie de la tierra, y de nuevo el bullicio y el sol creciente nos arropó. En un periódico que Adonis robó disimuladamente aparecía en primera plana la noticia de ayer: imágenes censuradas de cuerpos magullados y un título sobresaliente de entre las páginas. 2 fallecidos y 1 víctima gravemente herida en el Mercy Medical Center, internada desde la madrugada del día anterior. Un expediente policial abierto. Búsqueda de testigos y pruebas.

Veneno: La mano derecha de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora