Capítulo 7. "Polillas hacia la luz"

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La noche estaba plena y sin luna visible, tan solo unas pocas estrellas salpicaban el cielo carente de luz. El clima, frío y denso, humedecía la carretera que brillaba por los faroles laterales. Desde el puesto de copiloto de aquel carro robado se percibía muy bien la maleza que empezaba a crecer escurridiza a través de la acera. Kellen, a mi lado, conducía despacio, y un automóvil azul marino iba delante nosotros, también a poca velocidad.

La carpeta que tanto le había llamado la atención a Adina nos había proporcionado información importante sobre el principal sospechoso del caso, Gerard Collins, agente inmobiliario, acusado de haber abusado de una menor en su escuela y sin pruebas, portador de un bonito Cadillac azul que conducía para ir al trabajo y regresar a casa por las noches.

Sin embargo, de su trabajo no fue directamente a casa; primero pasó un par de horas en un bar de mala muerte en el que decidimos estacionarnos, más no entrar, ya que Adina lucía más como nuestra hermana menor que como nuestra compañera. Allí Adonis pensó en intervenir y atacar, a quemarropa, sin pensarlo, a lo que Kellen respondió:

-Esperemos un poco. Aquí hay mucha gente.

Yo asentí, dubitativa. Leía y releía el testimonio de la menor, de siglas "K. H.", quien usaba palabras vagas y comentarios discretos para describir aquel acto inhumano. Al final, mencionaba lo mucho que se arrepentía de haber entrado al baño de mujeres. Ella conocía a la hija de Gerard, quien iba en su salón de clase, pero ella posteriormente alegó en su contra. Sin testigos, sin pruebas de ADN, sin cámaras de seguridad, K. H. no tenía de donde sostenerse. Cayó directamente a la zona de casos archivados.

Una vez Gerard salió de aquel lugar miserable y entró nuevamente a su auto, pudimos continuar siguiéndolo. Kellen, quien conocía mejor el camino, pensaba emboscarlo en el próximo puente, el único que no tenía faroles. Todos estuvimos de acuerdo, incluso Adina, a quien le castañeaban los dientes y temblaba producto del nerviosismo.

-Chicos, chicos -nos decía, temerosa-, tengo un mal presentimiento.

Todos ignoramos su angelical intuición, acallándola con mensaje de apoyo y de "tranquila, pequeña, todo va a estar bien".

Teníamos la certeza de que así sería, hasta que el bonito Cadillac que perseguíamos se detuvo en seco, haciéndonos frenar de golpe y matándonos del susto. Volteé hacia atrás para asegurarme de que Adonis y Adina estuvieran bien.

-¿Se golpearon? -las respiraciones agitadas era todo lo que se escuchaba en aquel espacio reducido.

-Estamos bien -logró decir Adonis, quien tenía todo el cabello anaranjado cubriéndole el rostro.

-¡¿Qué le pasa a este infeliz?! -escupió Kellen, encolerizado-. Hay que enfrentarlo ya. Ya.

Antes de que pudiéramos pensar qué hacer a continuación, un par de luces resplandecientes nos iluminaron desde atrás. Brillantes, azules y rojas, junto a un sonido familiar. Kellen retiró la mano de la manilla como si ésta estuviera muy caliente y le hubiese quemado. Se pasó los dedos por sus rastras, ferozmente preocupado.

-Es la policía.

Un jadeo de temor se escuchó desde la parte de atrás del auto. Pronto, vimos como el Cadillac continuaba su camino, a poca velocidad, desapareciendo entre la neblina. Las luces parpadeantes se apagaron, dejándonos casi a oscuras. Mi expresión de temor se dejaba entrever apenas, pero al voltear, quien lucía verdaderamente aterrada era Adina.

-¿Qué hacemos? -murmuró Adonis.

-Nos tendieron una trampa -a pesar de todo, la voz de Kellen reflejaba calma.

Nada salió de mi boca, apenas una maldición cuando dos cuerpos salieron del carro policial. Me volví a mi lugar, mirando al frente, al lugar donde antes el carro de Gerard Collins se había detenido en seco. Otra maldición.

Veneno: La mano derecha de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora