Capítulo 6. "Rey por un día"

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Adonis me miró, perplejo, hasta que una sonrisa se vislumbró en su rostro y supe que su respuesta era sí.

Kellen estaba en absoluto desacuerdo y Adina no dijo una sola palabra en cuanto les hablé de lo que quería hacer, pero era yo quien tenía la última palabra. Adonis, un ser pirómano, vengativo y desastroso, era mi compañero ideal para cualquier disturbio, en cambio Kellen, promiscuo pero pacífico y silencioso, parecía ser más político y certero. Yo, en cambio, me dejaba llevar por lo cruel, y Adina, que poco hablaba, seguía sin manifestar ningún ápice de maldad.

Nos dirigimos hasta la comisaría donde fui entrevistada por el policía de aquella vez, Félix o Feliz, no recordaba bien su nombre. Al llegar, estacionamos las motos cerca de la avenida y Kellen se quedó allí junto a Adina, quien me regaló una última mirada nerviosa antes de que caminara junto a Adonis hacia la entrada. El ambiente bullicioso y frío nos arropó, y estaba a punto de continuar mi camino hasta que la voz del recepcionista me hizo frenar.

—Disculpe, ¿podemos ayudarlos en algo?

Miré a Adonis, quien parecía esperar a que yo respondiese algo coherente.

—Sí, claro, eh, necesito hablar con el oficial Félix, por favor.

Agradecí enormemente haber acertado con el nombre, ya que rápidamente el tipo moreno se puso a teclear en su computadora. Apenas unos segundos después volvió a mirarme con una sonrisa cordial.

—Segundo piso, tercer escritorio. Allí se encuentra. Que tenga un feliz día.

—Gracias.

Adonis caminó junto a mí hacia las escaleras hasta que de repente se desvió, yendo en línea recta hacia un lugar que dejé de percibir a lo lejos. Me apresuré a subir, ya que sabía que sólo tenía cinco minutos.

—Segundo piso, tercer escritorio. Segundo piso, tercer escritorio. Dos, tres. —me repetí a mí misma para no olvidarlo, aunque de igual forma no hizo falta, ya que allí estaba él, Félix el flacuchento mirando atentamente a su pantalla.

Junto al escritorio había una sillita y no dudé en sentarme con calma, posando una pierna sobre otra y sacando la cajetilla de cigarros del bolsillo de mi chaqueta. Él me miró, mudo, e inconscientemente rodó su silla hacia atrás. Parecía intimidado.

—¿Puedo fumar acá? —sus ojos, pequeños y marrones, no apartaban la vista de los míos.

—No —tartamudeó, como de costumbre.

Saqué un cigarro, pero no lo encendí.

—Necesito contarte sobre un detalle que olvidé mencionar del el caso de...

—¿Iris Mead? —carraspeó, le sonreí por haberme interrumpido—, escuché que saldría del hospital mañana por la mañana.

Chasqueé mi lengua. Recordé involuntariamente el sonido rítmico de su corazón herido y que ella representa la razón por la que estoy aquí. Creo.

—Sí. Lo sé —mentí—. ¿Podemos ir a esa salita otra vez? Te interesará lo que vas a escuchar.

Dudó un momento, mirando hacia todos lados. Sacó de un cajoncito del escritorio el mismo artefacto de la última vez y una libreta. Se levantó haciéndome señas para que lo siguiera, y yo, sonriente y triunfadora, le hice caso.

Caminamos por un pasillo que me recordó al laberinto del hospital, hasta que llegamos al cuarto familiar en el que tomé mi antigua declaración. Me permitió pasar y cerró la puerta detrás de mí, y a todas estas yo aún tenía el cigarrillo en mi mano. Sentí un déjà vu al verlo hacer las mismas acciones que la vez anterior.

Veneno: La mano derecha de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora