CAPITULO 3

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MARIE

Un dolor horriblemente punzante me ataca la cabeza en cuanto intento abrir los ojos, por lo que no puedo contener el quejido que escapa de mis labios. Siento una mano posarse sobre mi brazo seguido de una voz, pero el tacto se siente como una almohada de plumas y la voz como una ligera cortina de seda.

Todo parece tan, pero tan lejano. ¿Acaso morí?

Hago un esfuerzo tremendo e intento de nuevo abrir los ojos, lo que en parte resulta, pero no ayuda mucho, ya que lo único que logro ver es una luz amarillenta de no sé dónde y una silueta frente a mí.

Trato de incorporarme, pero apenas moverme me desgasta por completo, por lo que abandono mi labor dejándome caer de nuevo sobre las suaves almohadas.

¿Almohadas? ¿No estaba muerta? Si es así nunca creí que el infierno sería tan cómodo.

Si, no seré hipócrita. Probablemente este más cerca de ganarme el infierno que el cielo. O no lo sé, tal vez solo estoy delirando.

—Tranquila, estás a salvo. —Me dice una voz suave, pero sigo sin enfocar de quien se trata—. Necesitas descansar.

No tengo oportunidad de decir nada porque siento como si algo me recorriera de pies a cabeza y los ojos comienzan a cerrárseme por si solos y por más que lucho por mantenerlos abiertos no lo logro y caigo de nuevo en esa oscuridad que no es mala, pero que ya tanto odio.

—Te prometo que estarás bien. —Escucho una vez más esa voz y todo se desvanece—.

[...]

Despierto, no sé cuánto tiempo ha pasado, pero esta vez el dolor ha desaparecido porque la diferencia es inmediata desde el momento en que abro los ojos y las punzadas en mis sienes no están más.

Me incorporo, sentándome sobre la cama y es solo hasta ese momento en que noto un movimiento a mi costado lo que me hace ponerme alerta al instante, pero cuando veo que se trata del chico que me salvo me doy cuenta que no tengo motivos para estar a la defensiva.

—Despertaste. —Me dice, sonriéndome desde la silla frente a mi cama y dejando su laptop sobre un taburete—. ¿Cómo te sientes, ángel?

¿Ángel?

Frunzo el ceño con confusión, hasta que me doy cuenta que verdaderamente no me importa que me llame así, y no sé por qué.

—Creí que había muerto. —Digo—.

Eso parece causarle gracia, por lo que aún con su perfecta sonrisa se pone de pie. Va vestido con una sudadera gris y un pans negro, es alto, tan alto que me hace sentir pequeña, al menos hasta el momento que se sienta junto a mí en la cama.

—Veamos, despiertas de un sueño profundo y en lugar de escandalizarte porque hay un chico en tu habitación, ¿Solo dices que creíste estar muerta?

—Bueno, en primer lugar la razón y la lógica no me fueron dadas a manos llenas. —Ríe y saber que de alguna forma le agrado me hace sonreír—. En segundo lugar esta no es mi habitación y en tercero tú me salvaste, pudiste dejarme morir y no lo hiciste, creo que no tengo motivos para estar asustada.

Mis palabras parecen dejarlo sin las suyas, porque tan solo se queda ahí observándome y no se lo impido y no tengo idea de por qué. Si se tratara de alguien más probablemente ya le habría dado un buen golpe, pero no a él.

Este momento podría ser incomodo, pero no lo es para nada. No cuando tengo esos verdes ojos viéndome fijándome haciendo secar mi garganta.

—Exacto, te salve y ni siquiera sé tu nombre, ángel.

Mi Mate. Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora