6.- Perdido.

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Aonung se limpia los ojos furiosamente. Sus piernas colgando sobre el borde del muelle, los pies flexionándose en el agua tibia que hay debajo.
Pequeños grupos de peces y algas flotan suavemente alrededor de los dedos de sus pies,  imperturbables ante su presencia y su creciente agitación.

El olor a sal marina y aire fresco todavía está mezclado con leves rastros de caucho quemado, aunque los restos del naufragio en alta mar habían dejado de humear hacía horas.

No había dormido en toda la noche. Una pequeña voz de esperanza le susurraba que Neteyam podría cambiar de opinión, que Toruk Makto podría dar la vuelta a su ikran y que podría perderse su llegada por cerrar los ojos por un segundo de más. 


Pero ellos no habían vuelto. 


Sus manos habían jugueteado con el collar todo el tiempo.
Dedos demasiado grandes que trazaban suavemente la superficie lisa del caparazón de la concha, y las pequeñas crestas afiladas donde se enroscaba alrededor de sí misma. 

Estaba demasiado oscuro para verlo, pero su memoria le proporcionó el color naranja oscuro que salpicaba el interior y la superficie casi blanca como el hueso de las capas exteriores.

Aonung había recordado la noche en que Neteyam se lo había regalado, cómo lo había besado con pasión, cómo sus pecas habían brillado y se habían mezclado con el océano que los rodeaba. 

Y después, cuando a Neteyam le había gustado arrastrarlo más cerca por el pequeño caparazón, para apretar sus labios contra la frente, las mejillas, los hombros y los labios de Aonung.
Volviendo a la noche en que había temido que el chico mayor se la arrancara del cuello, como castigo por dejar a su hermano pequeño en el mar.

El miedo se había apoderado de él, tendido de espaldas en la oscuridad de la capsula de su familia. 

Neteyam se había ido. 

Este pequeño colgante era el único recuerdo que tenía de él, la única forma de aferrarse a algo que ambos habían tocado y apreciado. 


¿Y si nunca volvía? 

¿Y si neteyam le había pedido acompañarlo por que realmente pensaba no volver nunca?

¿Y si (y se odió a sí mismo por pensarlo, sintió que echaba raíces en algún rincón oscuro de su mente) Neteyam se recuperaba y encontraba a alguien nuevo con quien pudiera verse construyendo un futuro?


La fragilidad de la concha contrastaba con la gruesa banda de cuero de la que estaba colgada, y dejó caer la mano como si se hubiera quemado. 

Si la estropeaba, si rompía el colgante en un arrebato de torpeza o si el cuero se rasgaba durante una cacería, estaría solo.

No quedaría ningún rastro del tiempo que habían compartido, excepto por el agujero en forma de Neteyam junto a su corazón, tirando de su alma, diciéndole que había cometido un error al quedarse atrás y dejar que el Omatikaya se fuera solo.

Pero lo había hecho, y ahora Aonung tendría que enfrentarse a las consecuencias.
Así que se sentó, solo a la luz de la mañana, mirando los restos del collar que tenía en el regazo.

Las lágrimas nublaron su visión una vez más, y se las secó bruscamente con el antebrazo, tratando de concentrarse en el intrincado tejido, y siendo extremadamente cuidadoso con su tarea.

Cuando terminó, cortó la tela sobrante y admiró su cuerda de canciones.

Allí, debajo de los dientes, las piedras y el cristal marino liso, colgaba el caparazón de Neteyam.
Naranja contra marfil, tejido entre hebras de cuero marrón oscuro, colgaba, brillando alegremente, ajena a la dolorosa angustia de Aonung.



«Aftermath» - Aonung x Neteyam.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora