SOMBRAS VIVIENTES.

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Ahí estaba Aragón, sentado en su trono de oro puro y piedras preciosas, imponente y poderoso, vestido con ropas elegantes y exageradas, recibiendo tributos de todos los pueblos que tenía bajo su poder. A su lado, bien derecha y rígida estaba Skylar, en papel de princesa, con la vista apartada al horizonte, evitando mirar a su padre obtener tesoros que no merecía. Llevaba un precioso vestido color arena con detalles zafiro.
A su lado, su padre hablaba con un hombre, la voz de su padre comenzó a sonar extraña y le miró justo en el momento menos favorable. La cara de su padre al morder una fruta, redonda de color rojo, fue de repugnancia. Horrorizada por lo que fuera a pasar, la joven se levantó de su pequeño trono, igualmente fabricado de oro, pero sin piedras preciosas, y tomó una fruta de la cesta que ofrecía el hombre. Era fría y lisa, le dio una mordida ignorando la mirada lacerante de su padre. La fruta era jugosa, sabía muy dulce y era pastosa. Al rey no le gustaba la comida pastosa. Pero a ella sí. Skylar miró al hombre, que la miró a ella con temor, y sintió vergüenza por la reacción de su padre. La princesa, le regalo una sonrisa al hombre, que parecía confundido, y tomó la cesta.
-Gracias. Y, felicidades, cultivan fruta deliciosa. -Dijo tomando su lugar en el trono. -Le ofrezco una disculpa, pero no he podido escuchar ¿de dónde procede?
El hombre le miró pasmado e hizo una gran reverencia que acrecentó su vergüenza.
-De Kosstín, su majestad. -Dijo el hombre aún inclinado.
-Levántese, buen hombre. -Y lo hizo. Skylar sintió la mirada la de su padre quemándole y se obligo a mirarlo. En sus ojos se podía ver la repudia y el enojo creciente que eran solo para ella. Tratando de disimular su miedo y el trémulo en su voz, se dirigió a él. -Me gusta, majestad, esta fruta me gusta. -Dijo sin más.
-Mi querida hija -Dijo sin convicción, en tono bajo y amenazante. -pensé que había quedado claro que no te entrometerías en esto.
-He dicho, padre, que no lo arruinaría, pero eres tú quien lo esta haciendo. Quieres hacer de mi una reina capaz, pero no me dejas participar en el tributo. ¿Cómo aprenderé sino experimento? Mis gustos están limitados a los tuyos. -Respondió ella, casi implorando que su padre no desatará su ira justo ahí. Frente a todo el mundo. El rey pareció pensarlo un minuto. La miró fríamente y luego al tributario.
-Se queda. -Dijo a los guardias. Y luego le habló al hombre. -Siguiente. -Soltó sin más.
Aquel hombre se inclinó de forma más pronunciada hacia él y luego hacia ella. Al pasar juntó para seguir su camino a casa musito un gracias a la princesa. Ella asintió ligeramente para que su padre no lo notará. Pero falló. Él la miró directamente ignorando al tributario que tenía delante. Ella miró en otra dirección tratando de verse serena, como si no temiera que él asesinará a alguien en cualquier momento.
-Deténganlo. -Le oyó ordenar a un guardia. Ella reprimió su impulso de gritar una orden contraria y se obligó a seguir mirando al horizonte. Escuchó la respiración agitada de alguien y supo que ya habían llevado a aquel pobre anciano frente a su padre. -¿Has tenido la osadía de dirigirte a tu princesa de forma poco respetable?
La pregunta había sorprendido a aquel hombre, que estaba encorvado frente al imponente rey con voz de trueno.
-No, majestad, eso jamás, majestad. -Respondió él con voz trémula pero sincera.
-Skylar. -Le llamó el rey. Se obligó, una vez más, a mirarlo.
-¿Majestad?
-¿Te ha faltado al respeto? -Skylar sabía lo que debía responder. Sabía que el rey quería derramar la sangre de aquel pobre hombre. Pero ella no le daría satisfacción. No cargaría con el peso de otra muerte.
-No, su majestad.
-¿Estas segura? -Preguntó con dientes apretados. Skylar se estremeció pero no lo demostró.
-Completamente, majestad. -Su padre le lanzó una mirada amenazante y cargada de ira, pero ella no cedió. En cambio, se mostró confundida.
-Largo. -Le gruñó al anciano. Este volvió a reverenciar a la realeza y salió de su vista. Skylar volvió su vista al horizonte. -Ya hablaremos más tarde. -Dijo su padre, en voz baja e intimidante. Ella sólo asintió. Y reuniendo el poco valor que le quedaba, se levantó de su trono e hizo el camino al interior del castillo.
Hanin iba a su lado, como de costumbre, casi trotando para ir a su paso. Cuando llegaron a los aposentos de Skylar, está tiró la cesta y corrió a su buró, tomó su espada y la descargo sobre su cama. Una y otra vez, hasta que los brazos le ardieron y no hubo cama que destruir. Entonces, busco una daga y comenzó a desgarrar el vestido. Escuchaba a Hanin pidiéndole que se detuviera, pero no podía, tenía que descargar su coraje contra algo. Mejor contra algo y no contra alguien. Cuando quedó en ropa interior se deslizó hasta el piso y se quedó quieta.
Sabía que al terminar el tributo, su padre iría a buscarla y le daría algo con lo que recordar la próxima vez que debía cumplir los caprichos de él. Y que no debía abandonar, a menos de que él lo ordenara.
La invadió el pánico y la ira. Pánico, al saber lo que se aproximaba. Ira, porque aquél hombre era capaz de herirla de formas más profundas que los golpes y los encierros. Aquél hombre la hería de formas más profundas. Jugaba con su mente, y su desesperación de saber un poco de su madre. Y ella no podía hacer nada. Absolutamente nada.
Y el dolor de todo aquello la abrumaba de sobre manera. Lo había hecho toda su vida. Y lo haría por siempre. Sus propias sombras vivientes. Creciendo cada vez más, alimentando su temor y repudia hacia su mismo padre.

Sintió los delicados pero fuertes brazos de Hanin a su alrededor y se relajó un poco, aquélla chica era su única amiga en el mundo. Era como su hermana, y la madre de esta como la suya propia. Les tenía tanto cariño que temió que el rey dejara de pasar por alto aquello, que en su brillante pero terrible cabeza entrará la sola idea de herir a las únicas personas que le había brindado cariño y comprensión. Entonces, se separó de Hanin poniéndose en pie.
-Márchate. -Le dijo sin más. La cara de Hanin mostraba pura confusión. -No tarda en venir. Hanin, por favor, márchate.
-No puedo dejarte sola, Sky. No puedo permitir que te haga más daño.
-Hanin, te lo pido. Lo único que puede hacerme más daño a estas alturas seria perderte. O a Osir. Son lo único que me importa. Y él podría saberlo. Por favor, Hanin, ten piedad y márchate.
-Pero Sky...
-Hazlo. Y ven a verme por la noche ¿lo prometes? -Hanin, resignada asintió.
-De acuerdo. Entonces, te veré en la noche. -Dijo abrazándola, luego se giró para marcharse.
Skylar pudo respirar un momento, se miró y se vio hecha un desastre, se quitó lo restante del vestido y lo cambio por otro. Luego salió y pidió a una sirvienta que alguien le llevará de inmediato una cama nueva. Así, sin dar más explicaciones. Al rato cuatro hombres aparecieron en su puerta con una nueva cama con dosel. La instalaron y se llevaron la destrozada con la incertidumbre pegada al rostro. Cuando se fueron y al fin se quedo sola, se encerró y sentó en la cama a la espera de su padre.

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