EXTRAÑO.

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Habían pasado ya dos horas desde que Skylar había abandonado a su padre en el jardín principal del palacio y, extrañamente, él aún no aparecía por ahí.
Cansada por la espera y carcomida por los nervios Skylar comenzó a dar vueltas por sus aposentos.
¿Qué me hará esta vez? -Se preguntó. -Oh, por los Dioses, sea lo que sea pase de una buena vez.
Como si los Dioses cumplieran sus deseos, la puerta doble de sus aposentos se abrió de par en par dejando entrar al rey. Entonces, Skylar, se retractó de querer adelantar aquello.

Su padre la miró, seguía llevando su ropa de fiesta, impasible. Algo en él se veía diferente. Extraño. Skylar no sabía que hacer, si debía alejarse o acercarse, o simplemente quedarse allí.
-Ven aquí. -Ordenó el rey poniendo fin a su incertidumbre. Ella caminó hacia él, con la mirada gacha, manos temblorosas y temor creciente. Enlazó sus manos tras su espalda y fingió frialdad para que él no lo notara. Esa era su vida. Fingir y fingir y fingir. Con todos, con todo, siempre. Se situó justo frente a él esperando un golpe, un grito, algo. Pero nada de eso llego, ni golpes, ni gritos ni... nada. El ceño de Skylar se frunció ligeramente, pero al notarlo volvió a congelar su rostro en aquel duro que mostraba siempre.
-Majestad. -Dijo inclinando la cabeza.
-Cierren las puertas -Ordenó a uno de los guardias. - y no habrán hasta que lo ordene.
Hasta que lo ordene. Aquellas palabras causaron que a Skylar la recorriera un escalofrío. Que, por supuesto, se sacudió.
-Hija mía. -Habló Aragón con voz suave. Aquello sorprendió a Skylar, jamás había escuchado tal tono en esa voz atronadora. Y menos dirigida hacia ella. Y mucho menos después de desobedecer como había hecho.
Skylar le miró. Ese no era su padre. Llevaba sus ropas, su voz, su cuerpo, pero no podía ser él. Éste hombre parecía enfermo y cansado, preocupado y... asustado. Imposible. Tremendamente imposible. Los ojos de este hombre eran igual de profundos pero estaban llenos de... algo. No podía saber que era, pero ahí estaba.
-¿Majestad? -Habló para que él siguiera.
-Por favor, niña, llámame padre. -Aquello si que era extraño. En primer lugar, que ese hombre hiciera una petición, y en segundo, que fuera tal.

Hacia ya varios años que la joven princesa había desistido de llamarle padre. Para ella no era más un padre que un rey. Un maestro, un carcelero y un castigador. Le extrañaba que le pidiera algo así. Incluso en circunstancias normales o en sus buenos días, lo más que podía esperar de él era que le dejará pasar el día entero con su nana. Y Hanin, claro. Siempre Hanin. Y ahora, estaba parado ahí, como alguien completamente distinto, pidiéndole que le llamará padre como cuando tenía tres años y gritaba aquella palabra pidiendo su atención. Skylar se sentía desconcertada, pero sobre todo, furiosa. ¿Esperaba de verdad que, solo así, ella dejara a un lado todo para llamarle padre? ¿Y qué pasaba con ella que quería hacerlo? Quizo golpearse a si misma, molesta con su propia debilidad. Pero no lo hizo, en cambio le miró a los ojos, y le dijo:

-De acuerdo, padre. -Con aquello, Aragón pareció relajarse un poco.
-Sky, mi Sky, lo siento mucho. -¿Que lo sentía? ¿De qué estaba hablando?
-¿Qué pasa? -Preguntó sin poder aguantar la duda.
-Nada, ya no pasa nada. Y no volverá a pasar. -Skylar estaba desconcertada. Y su confusión no hizo más que incrementar cuando su padre dio un paso hacia ella y, en lugar de atestarle un golpe, la rodeó con sus brazos en un delicado abrazo. Al principio, Skylar estaba tan rígida como una tabla, pero, aunque era algo extremadamente extraño, comenzó a relajarse, y poco después lo envolvió también con sus brazos.
Aquello era, sin lugar a dudas, la cosa más inimaginable que había. Aragón, rey de todo Midhas, dueño y señor de cada ser y criatura en miles de millas a la redonda, asesino de hombres, rey de las tinieblas, abrazando a la niña que había forjado de hierro y lágrimas.
Skylar no podía creer aquello, sin embargo, ahí estaba, en medio de esa enorme habitación, a la que había sido confinada en la soledad por largos, tristes y frustrantes períodos de tiempo, abrazando a ese hombre, que la había hecho ser lastimera, cruel, dura y miserable. Al que, a pesar de querer odiar, en el más recóndito rincón de su triste y vacío corazón, amaba. Porque él era, quisiera o no, su padre.

Skylar podía sentir los dedos de su padre acariciando el nacimiento de su cabello, podía inhalar el ligero perfume que desprendía, una combinación entre floral y fuerte.
En ese momento, casi olvido todo lo que le había hecho pasar aquel hombre. Casi. Pero aún así no se separó. Eso era, incluso mucho más, lo que había esperado tantos años, para luego perder la ilusión, y ahora estaba ocurriendo. Pero ¿porque?

¿Porqué?

Debía haber una razón. ¿O no?. La incertidumbre mezclada con la incredulidad le lleno la cabeza. Y no era solo eso. Oh, no. Sentía algo en el pecho, una presión. Un presentimiento. ¿Y no era eso de lo que le había hablado Osir? De sentir las cosas antes de saberlas. Eso, decía ella, hacia su madre. Entonces ¿que significaba todo aquello? ¿Era su padre tratando de redimirse de verdad o había algo más? Su cabeza estaba apunto de estallar.
Aragón se separó primero.

-No entiendo lo que está pasando, padre ¿hay algo que debas decirme?

-Nada, mi niña. Debo irme, tengo cosas que atender, te veré en la cena. -Y dicho eso se retiró.

Skylar se quedó clavada en el suelo, sin saber qué hacer o como sentirse. Todo era confuso y sin sentido. Se recostó en su cama nueva, intentando comprender lo que había pasado.

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