Capítulo 6- Lo mucho que hizo

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Hotel Bermont, 19PM


Después del asesinato de los dos camareros de Kenny's, Danny fue a su casa a ducharse y lavar su sudadera. Al acabar oyó el sonido de la policía y recordó que había descuidado el cadáver de Steven y que algun vecino habría llamado por la música tan alta. Así que habló con las voces y aclararon salir de la ciudad. Danny cogió la escopeta, el martillo y varios cuchillos de la cocina. Cogió la gabardina que llevaba cuando llovía y se la puso, cubriendo la sudadera. Metió los cuchillos y el martillo en los bolsillos y la escopeta en el asiento de atrás en su coche. Escapo lo más rápido posible de su casa y condujo como si no hubiera mañana por la carretera.

Los policías y forenses buscaron a Danny durante 23 años. En ese tiempo mató a 42 personas y se convirtió en uno de los asesinos más famosos de Estados Unidos. Su manera de matar y de dejar el cadáver facilitó la búsqueda pero a Danny le daba igual, él estaba orgulloso de sus resultados. Descuartizó cadáveres y los ocultó en el bosque, dibujaba y escribía frases en las paredes con su sangre y los torturaba antes de acabar con ellos. Viajó por todo el país para no dejar pista y se alojaba en hoteles baratos que pagaba con el dinero que le robaba a la gente que había matado.

Sus voces cada vez eran más siniestras y le obligaban a matar a más gente y él cada vez se volvía más loco y astuto. Sólo hacía lo que le ordenaba Conseguía esquivar a la policía fácilmente y no le suponía ningún peligro hacerlo. La sudadera se deteroriaba cada vez más y en la cabeza ya le salían muchas canas. Empezó a adelgazar y tenía muchos mareos.

Un día, mientras estaba en un hotel de Arizona sus voces le dijeron que ya se había acabado, tenía que terminar todo esto. Así que les hizo caso, salió del hotel con la escopeta y fue disparando a los que tenía delante. Les daba igual si eran mujeres, hombres o niños, quería acabar con todo esto de una forma heroica. Fue a recepción y siguió su jugada. Cuando pensó que estaban todos muertos se sentó en el sofá de recepción.

Vio el suelo de moqueta azul cubierto de sangre de color carmesí debajo de cuerpos inertes y se puso a llorar. Ya no tenía sentido nada, no sabía diferenciar entre el bien y el mal y sus voces cada vez eran más pesadas y sonaban más fuerte. Pasaron de ser voces familiares y dulces a voces horribles que le provocarían pesadillas, si salía de esta. Esperó allí hasta que la policía llegara y él la esperaría sentado, para que le dispararan.



El chico de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora