Liam

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Ese maldito día fue el culpable de mis desgracias.

Nina: 17 años.
Liam: 22 años.

Me beso tan desesperadamente que creí estar soñando. El chico que me gustaba desde hacía un año, aún no me creía que estuviera en su casa y entre sus malditos brazos. Me aferré a él como si estuviera al borde de un precipicio y él fuera a salvarme de caer.

—Me gustas mucho. —dijo después de parar el dulce momento.
—Quédate esta noche.

—Tú también me gustas. —le dije con una sonrisa.
—Pero sabes que no puedo quedarme.

—Nadie tiene que enterarse. —dijo abrazándome por la cintura acercandome más a su cuerpo.

—Pero mis padres lo sabrán. —dije en cierto sentido incómoda cuando metió su cara en mi cuello.

En ese momento me dió una mordida para nada suave entre el cuello y el hombro.

—Au. —me quejé.
—No hagas eso, vas a dejar marca.

—Vamos. —dijo él.
—Quédate, nos vamos a divertir.

Insistió tanto que al final dije que si incluso convenciendome de que si quería hacerlo. Les mentí a mis padres diciendo que me quedaría con una amiga y simplemente cedí ante él. Fue algo incómodo, pero no podía decir que no me gustó, al fin y al cabo, ahora era su novia y él me gustaba muchísimo.

Las cosas fueron relativamente buenas por unos meses, dejando de lado que tenía unos celos enfermizos y que me sentía cada vez más lejos de mis amigos. Como si con cada día me alejara un poco más de ellos y me acercara un poco más a él, solo a él. Ya me sentía algo extraña con la relación después de seis meses, pero no fue hasta el mes diez, que decidí cortar con él.

—Liam... Escucha, ya no quiero seguir con esto. —le dije un momento después de llegar a su casa.
—Me siento algo sofocada y... Creo que ya no siento lo mismo.

—¿De qué mierda hablas? —dijo notablemente molesto.
—No, tú no vas a cortar conmigo, eres ¡Mí! novia y yo decido si seguimos o no ¿Escuchaste?

—No puedes hacer eso. —le dije yo.
—Ya no quiero estar contigo.

—¡Cállate! —dijo agarrando mis brazos con tanta fuerza que dolió.
—¡Si me dejas te mato! ¡¿Escuchaste?! Tú eres ¡Mia!

—Sueltame Liam. —le dije levantando la voz.
—Me estás lastimand...

Es ese mismo instante recibí una cachetada de su parte y solo pude poner mi mano en mi mejilla mientras intentaba procesar lo que pasó.

—Yo voy a hacer lo que quiera. —dijo sentándose de nuevo.
—Y más te vale que no le vayas a decir a tus papis lo que pasó porque la próxima te va peor.

Asentí con lágrimas en los ojos por el miedo que sentía en ese momento, pero eso solo había sido el comienzo, y yo ni siquiera lo sabía.

En los meses siguientes la cachetada se convirtió en golpes e incluso, cuando lograba dejarme en el suelo, también solía patearme. Fueron tantas las veces en las que le daban ataques por las drogas que consumía que ni siquiera puedo recordar cuántas fueron.

Paliza tras paliza yo solo obedecía más, creyendo que algún día pararía, lamentablemente no fue así.
Ese día llegué a su casa aterrada después del mensaje que me envió, sabía que si no iba a hacer lo que él quería, simplemente sería peor la próxima vez. No estaba de humor y no quería tener relaciones con él así que traté de razonar y hablarlo, pero volvió a golpearme y no le importó oírme gritar que parara o que no quería hacerlo ese día.

Ni siquiera intentaba usar protección y por más pastillas que tomé, ese bebé logró engendrarse. En esos tiempos mi periodo era suficientemente regular como para notar que no había llegado, así que con todo el miedo del mundo compré un test y para mi mala suerte, era positivo. Salí prácticamente corriendo de la casa, golpeé su puerta frenéticamente y él abrió molesto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó confundido.
—Te dije que solo vinieras cuando te lo digo.

—Ésto es importante. —dije entrando.
—Liam, estoy embarazada, me embarazaste.

—¡¿Qué?! Mierda, te dije que te cuidaras. —gritó.

—Lo hice. —contesté.
—Pero no fue suficiente, tú al menos podrías haber usado un condón.

—¡Cállate! —caminó de un lado a otro resoplando.
—Yo no quiero un niño, no me metas en ésto. A saber de quién es.

Le dí una bofetada por primera vez y al instante me arrepentí, me miró con rabia y me dió uno de esos golpes que siempre lograban tirarme al suelo.

—¡Maldita perra! —gritó mientras me pateaba.
—¡¿Cómo se te ocurre?! ¡Estúpida!

Creí que pararía cuando se calló, pero simplemente siguió y siguió hasta que de un momento a otro decidió irse y dejarme tirada como si fuera una maldita bolsa de basura.

En ese momento sentí un dolor horrible en el vientre y con sangre brotando de mi boca, hice lo posible por arrastrarme hasta el teléfono. Ni siquiera recuerdo cuando llamé a la ambulancia porque poco después me desmayé, solo supe que desperté en el hospital, con todo el cuerpo adolorido.

A mi lado estaba Glenn con lágrimas en los ojos, mamá lloraba desconsolada en los brazos de Doyun y él solo miraba el suelo.
Tomé la mano de Glenn y él me miró de inmediato.

—Nina, despertaste. —dijo él.
—Gracias al cielo.

—¡Hija! —dijo mamá acercándose con preocupación.

Me dieron de alta un par de días después y justo antes de que me fuera, recibí la noticia del aborto. Bajé la mirada pero en cierto sentido estaba agradecida de no tener un bebé de ese tipo y a mis 18 años. El médico me dijo que fuera a un ginecólogo para hacerme revisiones. La ginecóloga fue quien me dió la maldita noticia.

—Tu útero está muy dañado. —dijo con tristeza.
—El aborto inducido y el raspado fueron muy violentos. Lamento decirte que no podrás tener hijos.

Nunca había pensado en ese tema, pero pensar en que ya no tenía la elección simplemente dolía. Salí de ahí con cara de tristeza y me decidí a que no volvería a pasar por algo como eso.

—Doyun. —dije seria camino a casa.

—¿Qué pasa?—preguntó.

—Quiero aprender defensa personal. —le dije yo.
—Y quiero una pistola.

Lo miré y él asintió unos segundos después. El entrenamiento no duro mucho, fueron solo tres rigurosos meses, aprender a usar armas duró mucho menos y todos los maestros decían que yo tenía un don para eso. Si tan solo supieran que era porque estaba decidida a protegerme a toda costa tal vez se darían cuenta de que solo era determinación y rabia.

—Nos vamos a mudar. —me dijo mamá ese día después del entrenamiento.
—Cuando termine el año escolar nos vamos de aquí, no quiero que estés cerca de ese tipo.

—Está bien. —le dije abrazandola.
—Gracias mamá.

Ella acarició mi mejilla y asintió. Un par de meses después, nos fuimos de ahí. 

No volví a verlo después de eso, pero nunca dejó de atormentarme...

Amor real (Nina Rhee)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora