2. El gueto (Lena)

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Gueto de Cracovia, marzo de 1943

De no haber sido porque su hermano formaba parte del Judenrat, Lena habría tenido muy difícil para sobrevivir en el gueto. Había creído que sería un poco duro, con algunas privaciones, pero ni imaginó que el infierno sería a su lado un lugar acogedor.

El gueto estaba dividido en dos partes: la de los trabajadores sanos y los enfermos y débiles. Lena había sido asignada al sector de los enfermos, pero gracias a su hermano, pudo salir de ahí. Sin embargo, ni siquiera sus contactos pudieron hacer que obtuviera la tan ansiada Blauschein, que permitía a los judíos residentes trabajar en las instalaciones que se hallaban fuera del gueto, como hacía Solly en la fábrica de Schindler. Por suerte, había mucha demanda de enfermeras y Lena descubrió que tenía buena mano para cuidar a los pacientes.

Las condiciones de vida eran infrahumanas. El hedor, la pobreza, la falta de higiene y las consiguientes enfermedades que acarrearon provocaron que todos los días se retiraran cadáveres. Era común cruzarse con alguno de ellos por las calles. Lena todavía recordaba la primera vez que había encontrado uno y por poco se desmaya, pero al final acabó pasando a través de ellos como si fueran piedras en el camino.

Lena nunca había conocido una vida opulenta y lujosa. Ni su familia en Alemania ni la de Wojtek eran acomodados, pero era testigo de cómo prominentes familias de Cracovia se habían visto hacinados en tugurios junto con otras familias y los oía con frecuencia quejarse. Lena aprovechó su estancia en el gueto para aprender rudimentos de yidish, ya que en su familia no se solía hablar y así podía comunicarse con algunos de sus compañeros, que ni siquiera eran capaces de hablar fluidamente el polaco y mucho menos el alemán.

Enseguida hizo amistad con Judith, una mujer de unos cuarenta años que ya había visto cómo se llevaban a saber dónde a sus dos hijos y a su marido. Un buen día los subieron a un furgón y no volvió a saber de ellos. Desde entonces se podía ver a Judith deambular por todo el gueto preguntando por su familia, incluso se atrevió a abalanzarse sobre un oficial de las SS que patrullaba, que no tardó en propinarle una paliza que la dejó cojeando. Lena asumió como misión hacerse cargo de aquella desgraciada que se había quedado sola e inútil, ya que no servía para trabajar. Tuvo que interceder ante su hermano para que no se la llevaran al otro lado del sector. La acogió en su habitación y compartía con ella lo que conseguía para comer y se encargaba de sus cuidados básicos.

La mañana del 13 de marzo, la marcha de los nazis la despertaron. Lena enseguida sintió que algo iba mal porque no era como las de siempre. Por otra parte, eran muchos más de los que solía haber rondando. Debió haber hecho caso a Solly cuando le advertía que los días del gueto podían llegar a su fin en cualquier momento. Su posición en el consejo le permitía saber cierta información que no llegaba a los judíos corrientes que vivían allí.

—Lena, se oyen cosas. Esto se va a acabar. Debes venir conmigo.

—Y, ¿a dónde vamos a ir? No nos dejan salir de aquí. Y somos trabajadores esenciales para ellos.

—Esclavos esenciales querrás decir. Lena, se están llevando poco a poco a la gente. Y a sitios mucho peores que este. Mira lo que les ha pasado a la familia de esa amiga tuya. Van a por nosotros. Nos quieren muertos.

—Si nos quieren muertos, ¿quién va a trabajar para ellos? Mientras nos necesiten, no va a pasar nada.

—Lena, yo te he avisado. Si insistes en esa actitud pasiva, ni siquiera yo podré hacer nada por ti. Y el Judenrat también tiene los días contados. Ni siquiera la Blauschein valdrá ni para limpiarse el culo.

—Sabes que no tengo la tarjeta, Solly.

—Yo sí y por primera vez desde que estamos aquí, no sé qué va a ser de todos nosotros.

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