Varsovia, agosto de 1944/enero de 1945
Beata cantaba muy mal. Su voz, estropeada por el tabaco y el vodka barato, desafinaba cualquier canción. Ni siquiera el pianista, que sí tenía oído musical, podía reconducir aquel esperpento. En otra ocasión, la cantante habría sido abucheada y el espectáculo no tendría futuro, pero todo lo que tenía de pésima cantante lo tenía de gran comediante y los monólogos con los que amenizaba después las veladas hacía que los clientes se quedaran. Aparte de su belleza. Beata era una beldad pelirroja, piel pálida como la leche y los ojos más verdes que se podían ver. Su atractivo físico era la principal atracción, pero se dejaba caer bien, sobre todo a la soldadesca nazi. Era el arma más valiosa para el Armia Krajowa, el principal eje de la resistencia polaca.
En esos momentos, un soldado alemán que apenas tendría unos veinte años contemplaba extasiado a Beata, cuyos gallos alcanzaban su cénit. Al terminar la canción, el pianista, que tocaba lo más fuerte posible para hacer menos desagradable la canción, suspiró aliviado. Solo le quedaba el monólogo y, posteriormente, que Beata se llevara a alguno de esos cabrones a la cama —seguramente, esa noche sería el turno del pipiolo— y les sonsacara cualquier información, luego, se la pasaba al pianista, que la llevaba a sus compañeros del Armia. Comparado con lo que hacían sus otros compañeros, Wojtek podía sentirse afortunado de no jugarse la piel en el trabajo de campo. Sus circunstancias tampoco se lo permitían.
Wojtek había tenido que huir de Cracovia hasta Varsovia con una identidad falsa y en ese entonces se hacía llamar Stefan Kowalski, un nombre de lo más corriente, ya que a los alemanes les llamaba menos la atención un Stefan Kowalski que un Wojciech Adamczyk. También se había teñido el pelo de su rubio oscuro natural a un tono más oscuro. Muy pocos le habrían reconocido de esa guisa en Cracovia, pero después de lo que le pasó a sus padres, no podía quedarse allí, disfrazado o no.
En enero de 1943 padre había sido detenido por esconder a una familia judía en el ático de la casa y posteriormente ejecutado. La familia también fue detenida y llevada a cualquiera de esos campos horrendos de los que se hablaba. Wojtek le reprochó a su padre que en vez de haber escondido a Lena y a Solly, que habían vivido con ellos durante años hubiera preferido a esa otra familia. Su madre, que no pudo superar la muerte de su padre, se quitó la vida, dejando a Wojtek solo y con la resistencia polaca como manera de aferrarse a la vida. Con lo que había podido rescatar del escaso patrimonio familiar que le quedaba, adquirió un carné falso y cambió de identidad. Había huido a Varsovia como una rata y allí conoció a la peculiar Beata que, pese a su aspecto núbil, era veinte años mayor que él y que le enseñó todo sobre el amor carnal que muy apenas había podido experimentar con Lena, a la que no podía olvidar ni siquiera en aquellos días tan difíciles.
Echaba tanto de menos a Lena que le dolía. Debido a su huida, no pudo ver cómo se la llevaban del Gueto de Cracovia, pero sabía lo ocurrido por conocidos y todos los días cavilaba sobre su destino. Sí sabía que Solly había acabado en Płaszów, así como sabía que Gośka era la amante del comandante de aquel sitio, pero no tenía forma de contactar con ellos. Sus compañeros del Armia Krajowa se lo habían prohibido. Desde entonces, vivía con Beata y gracias a que sabía tocar el piano, iban dos noches por semana al café de la Esperanza a tocar y a espiar a esos hijos de puta, tal y como decía Beata. Para ella era un juego, pero Wojtek sabía que se estaban jugando la vida cada noche que acudían.
La primera vez que Wojtek fue a aquel café, pensó en el nombre, que era el mismo en el que se reunía el grupo antes de la guerra. Sin embargo, creía en las coincidencias y si el destino le había mandado a ese otro café de la Esperanza, significaba algo. Y no se equivocó.
No eran pocos los nazis que habían pasado por los encantos de Beata y demasiada la información que, confiados, le dejaban. Aquello beneficiaba al Armia Krajowa, que alentó a la pareja a que fueran muchas más noches, pero ambos se negaron. Era demasiado arriesgado y podía delatarlos. Beata no era precisamente una mujer discreta y, de no haber sido porque los alemanes solían acabar borrachos y luego no recordaban nada, a esas alturas no habrían durado nada.
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La promesa
Historical FictionEn 1941, cuatro amigos se encuentran en su restaurante favorito de Cracovia sabiendo que será la última vez ya que no podrán hacerlo debido a las leyes antisemitas que ha implantado el régimen alemán y deben irse al gueto y al frente, pero juran que...