Auschwitz, septiembre/noviembre de 1944
El frío había llegado con antelación. Las extremidades parecían de piedra y las manos y los labios estaban constantemente cortados y ensangrentados. El trabajo duro, las exiguas prendas, que casi nunca eran de la misma talla y la alimentación —si es que se le podía llamar así— hacían mermar la población del campo, que se veía renovada con frecuencia por las continuas remesas de prisioneros que llegaban de todo los territorios ocupados por el Tercer Reich. El letrero de la entrada a Auschwitz II, también llamado Birkenau Arbeit nach frei —el trabajo nos hace libres— era motivo de sarcasmo para quienes entendían el alemán. Libres, ¿de qué? Se preguntaban.
Algunos de estos prisioneros, escogidos por los guardias, eran asignados como jefes o kapos, que solían tener privilegios especiales, como una mejor alimentación y no realizar trabajos forzados. Supervisaban a los otros prisioneros y se situaban por encima de ellos. Eran el escalón medio entre los prisioneros y los guardias del campo y solían aprovechar el amago de privilegio que tenían para conseguir sus objetivos.
Por lo general, los aspirantes a semejante cargo solían ser los prisioneros políticos y otros criminales conocidos por su violencia, pero algunos guardias que tomaban a una serie de prisioneros bajo su protección decidían nombrar a estos kapos para mantenerlos vigilados y servirles de topo entre los mismos, que podían ser o no judíos. Lena, clasificada como judía no habría podido ser escogida como kapo en circunstancias normales, pero al haber sido seleccionada por la guardiana que la observó empujar a otra compañera a su llegada, debía acatar sus órdenes si quería conservar su vida y Lena, que había decidido aplicar el dicho «el fin justica los medios», se adaptó a la perfección y sabía que no habría podido sobrevivir de otra forma. Llevaba ya más de un año y medio y había visto de todo lo inimaginable en aquel lugar.
Sin embargo, al contrario que otros kapos, Lena reservaba su crueldad con aquellas que intentaban pisotearla y no dudaba en delatarlos y hacerlos caer. La gran mayoría eran enviadas a las cámaras de gas o asesinadas arbitrariamente de un disparo. Otras se sometían a sus órdenes y eran leales secuaces, temiendo acabar como las otras. También contaba con numerosas aliadas y las ayudaba a sobrevivir. Irónicamente, Valerie, la mujer que la había empujado el primer día se convirtió en su mano derecha y las dos eran inseparables. Solo había una regla entre ellas y que Lena se mostraba inflexible: los niños eran intocables y debían ser protegidos a todo coste. Que Lena hubiera salvado a su hija de ser violada por un soldado hizo que Valerie le pidiera disculpas y prometiera ayudarla en todo lo que le pidiera. Lena nunca le dijo que para ello, tuvo que ofrecerse ella misma. La niña apenas había alcanzado la pubertad y Lena no podía dejar que aquello le ocurriera a alguien tan joven. Si para una mujer de por sí era lo peor que le podía pasar, cómo sería para una niña.
Por desgracia, las violaciones a prisioneras por parte de los soldados eran más frecuentes y olvidaban a su conveniencia que las judías eran sucias y apestosas. Gracias a Lena, las mujeres del barracón consiguieron que los soldados las ignorasen y no hubo que lamentar demasiados incidentes, lo cual le granjeó una lealtad con muchas de aquellas mujeres que luchaban por su supervivencia.
Lena podría haber sido exclusivamente cruel con todas y cada una de ellas, pero sabía que no le era conveniente. Cualquier día, Katrin, la guardiana podía destituirla y volvería a ser una prisionera corriente, con la consiguiente venganza que eso podía conllevar. Lena había visto como otras kapos habían sido linchadas y no quería correr esa suerte.
Katrin, por otra parte, no era una guardiana demasiado sádica. Inflingía golpes a los prisioneros, pero nunca había llegado a matar a uno. No al contrario que Irma, una beldad rubia y de ojos claros que no dudaba en lanzar a sus perros y latigar a las prisioneras, sobre todo a las que parecían guapas. Todas la temían e incluso Katrin había tenido severos enfrentamientos con ella. Aquella misma tarde, Katrin había abofeteado a Irma y la había llamado puta. El motivo era que había pegado a Lena aquel día porque se había tropezado con el perro. Lena no tardó en pedir disculpas, pero no la temía y la miraba fijamente a los ojos. A Irma no le debió de gustar aquella miraba que la abofeteó y procedió a darle una serie de latigazos con aquel látigo trenzado que hacía temblar con solo verlo. Katrin acudió rápidamente y le arrebató el látigo.
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La promesa
Historical FictionEn 1941, cuatro amigos se encuentran en su restaurante favorito de Cracovia sabiendo que será la última vez ya que no podrán hacerlo debido a las leyes antisemitas que ha implantado el régimen alemán y deben irse al gueto y al frente, pero juran que...