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—¿Así es el Mundo de Arriba? —Jason frunció el ceño con una mueca de asco, luego de escuchar el relato de la vida del joven Dios—. Bueno, ya era una mierda cuando me fui, así que no me sorprende del todo pero si decepciona que siga siendo tan malo.

—¿Tú también te escapaste, Jason? —preguntó Dick, con ojos grandes y curiosos, llenos de estrellas, eran tan brillantes que el otro estaba aguantando las ganas de tomar sus mejillas para mirarlos por los siglos de los siglos.

—Algo así —respondió simplemente, se encogió de hombros—. Fue hace bastante, no importa realmente.

El ojiazul asintió, se notaba que Jason no quería hablar al respecto.

—Creo que iré a recorrer un poco más del Inframundo —anunció Dick con una sonrisa, levantándose, se había sentado junto a Jason en la orilla del agua, viendo la cascada y escuchando aquel sonido con tranquilidad, de lejos, el agua no parecía tan turbulenta como en verdad era.

—Es un lindo lugar, algo... Diferente, pero es lindo —dijo el otro Dios—. Las personas y criaturas aquí son muy amables, puedes pedirles ayuda si necesitas algo, no tendrás problemas, y sino, ya sabes dónde estoy.

—Gracias —dijo el ojiazul, y el Dios se perdió en esa sonrisa de dientes perfectos, y esos ojos encantadores.

—De nada, Dick —murmuró, aunque estaba tan embobado de aquel rostro que no reaccionó hasta que el joven y libre Dios se dió vuelta, para alejarse entre las Tierras del Inframundo, con el pasto muy alto y árboles de corteza oscura y gran altura, sin rumbo realmente, pero buscando encontrar algo.

Lo vio desaparecer e irse, lo admiró desde la distancia, sentía una extraña curiosidad por él, quería seguirlo, pero su lugar estaba allí, esperando que algún alma en pena de algún pobre humano tenga que ser consolada.

Jason no tenía un trabajo realmente, porque ya no era un Dios del Mundo de Arriba, entonces no les debía nada a nadie, puesto que allí no existían las obligaciones, pero era su pasatiempo, le gustaba estar allí, porque siempre había amado a los humanos, y aún siendo un exiliado, un Dios Indeseado, quería ayudar y llevar regalos a los únicos seres que de verdad le importaban.

Pasó largo rato viendo el agua de la cascada, escuchando el suave eco de esta al caer, y de la corriente fluir, pensando en aquel lindo Dios, con hermosos ojos, tan tranquilo y en paz... Hasta que sintió un profundo miedo, creciendo en los confines de su corazón, llenando rápidamente su pecho con una fuerza abrumadora, como una explosión de mil bombas, se abrazó a sí mismo con dolor, mientras las lágrimas subían rápidamente a sus ojos.

Cómo Dios de los Humanos, Jason había perdido el puesto, pero nunca sus poderes, y uno de ellos era la Empatía, podía sentir lo que los humanos sentían, un don tan preciado y que podía ser hermoso, casi siempre estaba lleno de dolor y tristeza, porque los humanos eran de los seres más sufridos de todos los mundos.

Eran sus humanos, sus lindos humanos, aterrados en forma masiva e intensa, por un mal que se avecinaba, una situación muy similar a algo que ya había vivido antes, y que nunca había terminado bien.

El aire la faltaba, sintiendo todo su cuerpo débil temblar, sólo pudo pensar en ir a casa, a ese cómodo hogar que él había creado para descansar en aquel mundo, para protegerse un poco de la crueldad y el dolor que estaba por llegar, que iba a invadirlo completamente, dejándolo indefenso y débil de nuevo, igual que otras veces.

Así que simplemente se fue, ignorando el hecho de que quizás, un joven Dios regresaría a buscarlo, y no lo encontraría.


LA TIERRA DE LOS DIOSES MUERTOS ── JAYDICKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora