45.

90 16 0
                                    

JEREMY

Luego de conversar con Mindy, mi cómplice desde hace unos días, hicimos todo lo necesario para que pudiera quedarme con Samantha, en especial porque los médicos consideran que el bebé está por nacer pronto.

Samantha no puede ocultar la preocupación que eso le trae, pero está mucho más tranquila con mi presencia. Me encargo de tranquilizarla, distraerla y darle mucho cariño para que esté en su mejor ánimo. He hablado con Amy y con sus padres, pero no sé nada de Dylan.

Espero que no desaparezca justo en este momento, cuando su hijo está por llegar al mundo en cualquier instante. Sé que no se lo perdonaría.

Son las cinco y media de la mañana. Samantha está plácidamente dormida y yo me he despertado porque tengo ganas de orinar. Cuando vuelvo del baño, la enfermera la ha despertado para hacer un leve chequeo entre sus piernas. Yo aparto la mirada para que no se sienta avergonzada y me acerco a Sam, acariciando sus cabellos.

―Iré por el doctor ―habla la enfermera, haciendo que nos alarmemos.

― ¿Por qué? ―pregunta ella, asustada―. ¿Pasa algo?

Tomo su mano entre las mías, buscando de tranquilizarla.

―Creo que ya es hora ―responde Mindy, sonriendo.

Samantha jadea por la sorpresa y empieza a respirar agitadamente, con total desespero. Está aterrada y yo, en el fondo, también, solo que no puedo demostrárselo.

Joder, siento que está por nacer mi propio hijo.

―Dios mío, pero aún faltan algunas semanas ―dice, mirándome―. ¿Y si pasa algo? ¿Y si no puedo?

―Hey, hey, mírame ―digo, tomando su rostro entre mis manos―. Todo va a salir bien. Recuerda que dijeron que esto podía pasar. Ambos van a estar bien, pronto volveremos a casa siendo tres. Respira, tranquilízate. Debes estar calmada para este momento.

El doctor ingresa y verifica la entrepierna de Samantha, revisando y haciendo tacto con cuidado. Yo acaricio sus cabellos y la miro para transmitirle tranquilidad, aunque por dentro me esté muriendo de miedo.

―Necesito que el señor salga, por favor ―habla el doctor.

Samantha me mira, suplicando que no la deje. Empieza a sudar y a negar con la cabeza sin parar, puedo ver como palidece tres tonos y el corazón se me arruga al verla tan aterrorizada.

―Yo lo necesito aquí, por favor. No lo saquen ―pide.

―Este procedimiento no puede verlo. Por favor, salga y cuando esté todo listo podrá volver a pasar ―pide.

No soporto el ver a Sam con ojos cristalizados, suplicando que me quede. La enfermera se acerca y me acompaña hasta la salida, haciéndome sentir impotente. Haciéndome sentir que le estoy fallando.

―Ella va a estar bien ―trata de tranquilizarme y un grito desgarrador se escucha ahí dentro.

― ¿Qué rayos le están haciendo? ―pregunto, molesto.

―Le han roto la membrana con una flecha de plástico para inducir el parto. Ahora toca esperar que vengan las contracciones ―me explica y se adentra a la habitación, cerrándome la puerta en la cara.

Llamo a Amanda, explicándole la situación y me dice que ya mismo se pone en camino. Ella se encarga de avisarle a sus papás y a los de Dylan.

¡Joder, Dylan! ¿Dónde andas?, pienso.

Me permiten entrar a los cuarenta minutos. Me asusto al ver la cama manchada de sangre justo en su entrepierna y me coloco a su lado, la acaricio con manos temblorosas y sintiéndola humedecida de tanto sudar.

Solo pido un día más © SPUDM #1 |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora