UKIYO2.

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Capítulo 2: La artista del rojo dorado.


El vestido rojo chapado en perlas doradas, y con escote de encaje, conmocionó a la multitud presente. Desde la altura del escenario escuchó el murmullo de los clientes que, con una copa en mano, la admiraban desde los asientos y taburetes de colchón. Una especie de fascinación nació entre las personas por la artista que, con su voz y cántico tenue y sostenido, embelesó al tumulto de corazones. Suspiros entrecortados, miradas lascivas, coquetas, y mucho murmullo. La atención afloró en cada esquina del recinto, y una ola de aplausos decoró el panorama. No obstante, Mikasa notó cómo cada uno de ellos la olvidó tan pronto bajó del escenario.

Detrás de la cortina de terciopelo, escuchó con nostalgia los últimos silbidos y aplausos en su honor, y pronto, el habitual ruido de la multitud hablando entre sí.

Mikasa nunca estaría conforme con sus logros.

Gracias a la extrema dedicación hacia su imagen y su talento, las incontables horas que dedicaba al ensayo diario y a las clases, y la previa investigación extenuante de cada público al que se dirigiría, sus espectáculos resultaron en una gran convocatoria. El público la amaba, y admiraban la forma en que sus acentuadas caderas descollaban bajo un vestido rojo, de raso satinado, con dulces ornamentos dorados. Mikasa era conocida como la artista del rojo dorado, por su vestimenta característica.

Mikasa era una mujer sumamente inteligente y creativa. Invertía horas en conseguir un look apropiado para la ocasión. Perfeccionista de tomo a lomo. Y debido a esta condición en su carácter, lograba la atención deseada que, duraba tan solo unos pocos minutos. Después de alcanzar la fama en una noche, durante el día siguiente, se sentía increíblemente impotente. Mikasa se sentía cada vez más incapaz de realizar otra presentación igual de buena en el futuro, y creía que sus espectáculos iban en declive. No importaron las miles horas de dedicación, y cuánto el público aplaudió, vitoreó o la admiró, para ella lo más importante siempre fue el final. No importó cuánta atención obtuvo al cantar, porque al final acababa ignorada por todos los que una vez la aplaudieron. Ellos seguían con sus vidas, como si hubieran sido brevemente atrapados por Mikasa al cantar, y ya después despojados de la magia.

Nunca suficiente.

—El conductor está esperando por usted —Mikasa escuchó por encima de su hombro, mientras la mano del dueño de la voz halló sitio en su espalda desnuda por el escote.

—Gracias —dijo, y se volteó. Identificó al hombre de nariz aguileña y ojos hundidos, como el encargado de escoltarla durante la noche de apertura de un nuevo club, en su ceremonia de inauguración. La escasa iluminación empeoró su visión, pero pudo completar el panorama general del rostro. El hombre tenía mejillas largas y enjutas, y unos huesos pronunciados.

Él no quitó la mano de su espalda, e incluso la guió con esta a la salida, la puerta de atrás del camarín.

La gélida brisa nocturna de la ciudad le estremeció. Su vestido rojo de raso no fue suficiente y, aunque era bastante bello, fue demasiado ligero para el viento. Mikasa tuvo que sostener el corsé del vestido para que no dejara ver más allá de la piel de sus clavículas. Su cabello manó por los aires, y el moño amarrado a su nuca se deshizo, creando una apariencia, a la par de liberadora, ordinaria. Mikasa contuvo las ganas de lloriquear, porque aquella Mikasa era el respaldo de sus creencias. La miserable, la común. No la estrella de la noche, no la artista dorada.

El delgado hombre la empujó al interior del vehículo, y una vez dentro, el olor del cuero de los sillones, la invadió. Se vio fugazmente por el espejo retrovisor, y se le contrajo el estómago. Veía a una persona ordinaria, del montón, y no había nada más digno de su odio que lo común.

UKIYO. [EREMIKA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora