Capítulo 6: Cuatro cucharadas de azúcar.
Descripciones gráficas de violencia, contenido adulto, palabras obscenas.
Toda fotografía mental había resultado inexacta, confundiendo muchísimos elementos. Quizá había estado demasiado borracho para contemplar la realidad, o quizá había sido bombardeado con miles elementos de manera simultánea. La recordaba como una deidad asentada en un escenario al que confundió como panteón. No obstante, también la recordaba como una mujer ordinaria, idéntica al común de los mortales, al término del espectáculo. Todos aquellos recuerdos conformaban más bien una ensoñación borrosa, pues ahora mismo veía desde otra perspectiva la misma criatura de sus ensoñaciones, ya no como una criatura distante, ni tampoco como una persona corriente como pensó bajo la luz lunar.
-Mikasa -Jean dijo, mirando alternativamente entre los presentes, y presentó a la mujer que descansaba en el monono sofá-. Mikasa, este es Eren.
Mikasa.
¿Tan fácil?
¿Así sabría su nombre?
Eren notó la intrepidez con que los ojos de Mikasa se detuvieron en los suyos. Sin embargo, pronto advirtió la falsedad del sólido carácter, un pequeño desliz en su fachada que solo un hombre entrenado como él podía notar. Acostumbraba husmear el miedo, y aunque no estaba seguro de si era ciertamente miedo, podía notar que se trataba de una cáscara.
Mikasa no quitó su mirada, como si desafiara a un duelo. Eren tampoco lo hizo, pero no por las mismas razones. Advirtió que no podía dejar de hacerlo. Aprovechó de esculpir exasperadamente su rostro, guardarlo en los rincones de su memoria, pero al mismo tiempo tropezaba con la imposibilidad de hacerlo como quería. Con inquietud notó cómo al momento de tallar uno de sus rasgos otro de ellos se borraba por completo, y entonces comprendió que estaba nervioso y que quizá era él quien portaba una cáscara y no ella.
-Está bien, Marco -Jean mencionó y con una seña indicó a su compañero retirarse-. Todo tuyo -dijo, y extendió ambos brazos, refiriéndose al sitio. Hasta entonces Eren no se había percatado del cuarto. Este consistía en una gran suite de cabaret con ornamentos luminosos, en el cual se respiraba un aroma a almendras y granada y un delicado y muy sutil aroma a cigarrillo. Cuatro paredes de un amortiguado color corinto, piso alfombrado de negro, cuyas hebras daban una apariencia esponjosa, y un techo de blanco mármol. En medio se hallaba una cama de dos plazas. cómoda en apariencia, decorada con rosas y almohadas rojas y una rectangular y larga manta negra con bordes dorados sobre una colcha blanca. Al costado, un velador castaño en el que descansaba una caja de condones y unas botellas de champagne. Esto lo alarmó, pero no tardó en mentalizarse con la idea de tener sexo, después de todo, pensó en ello la noche con Marianne. Mikasa y su perfume, Mikasa y sus labios, la unión sexual en sus formas carnales nada diferentes de un animal.
Eren escoltó la salida de ambos hombres con la mirada. Mikasa descansaba en el sofá frente a la cama con las manos en sus rodillas, rascando un par de veces su piel. Continuaba mirándolo, como si esperara un movimiento iniciático suyo. Eren no sabía realmente qué podía hacer con ella, pero intuía que cualquier cosa que deseara. El pensamiento lo aterrorizó por un momento, aunque no estaba seguro del motivo.
Bastante torpe dio un paso hacia ella. Mikasa perduró estática, no respondió a dichos movimientos iniciáticos, y tampoco reaccionó cuando Eren estiró una mano a su cuello y pronto a su nuca, mezclando sus dedos con los mechones negros de la mujer. Tan pronto rozó su piel, se conmovió con un descontrol tormentoso. Se descubrió temblando. Inspiró el perfume de la mujer y creyó toparse nuevamente con la deidad idealizada que había vislumbrado aquel día en la taberna. Se sintió igualmente borracho, pero en esta ocasión sin probar sorbo alguno del champagne sobre el velador.
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UKIYO. [EREMIKA]
FanfictionDe manera simultánea, en extremos distintos de un mismo pasaje, él asesina a un hombre y ella canta. Dos formas completamente distintas de enfrentar una realidad tosca y de ganarse la vida. Dos polos opuestos, desafiantes de unir. Pero inmediatamen...