A unas cuadras de distancia, donde no se escuchan los tijeretazos causantes de la muerte de su amante, Karely, luego de una ducha que eliminó de su piel el olor a sexo pero no la culpabilidad y el deseo de su conciencia, devora el helado de almendras mientras, en la tele, unas parejas se pelean en un reallity show. Jura que se aburre, pero está demasiado cómoda para levantarse y cambiar de canal. Su hermano mayor tiene la horrible manía de dejar el mando a distancia junto al televisor, donde su función se pierde por completo. Pronto sentirá en sus propias carnes aquellas tijeras, pero ahora, ajena a su destino inminente, entre el helado y la telebasura, no deja de pensar en él: Mauro.
Tan encantador como cabronazo. Los momentos que pasaban solos eran fascinantes. Entonces Karelly quedaba fascinada cada minuto junto a él pues únicamente pasaban tiempo a solas. El sexo era estupendo, pero también las conversaciones. Como no era una relación, como no era nada, como no llegaría nunca a nada, podían hablar sin tapujos sobre cualquier cosa. Muchas veces coincidían en opiniones, y lo celebraban con sexo. Los desacuerdos tampoco importaban, se callaban con sexo. Quizás si ella fuese su pareja las cosas no resultaran igual. Pero es algo que no podrían saber.
La realidad es otra. Ella es la otra. Él nunca la engañó respecto a eso. Lo supo desde que se enrollaron en aquella fiesta, lo sabía cuando lo volvió a buscar, lo sabía cuando él volvió a escribirle, lo sabía cada que uno tocase la puerta del otro. Lo apartaba de su mente cuando se metían en la cama, o en el coche, o en la ducha; y lo retomaba cuando la furia aminoraba.
Conocía de vista a su novia, la había visto con el. Era guapa. Se veía agradable, simpática. Se notaba que quería a Mauro. Karely se preguntaba por qué él la engañaba, aunque claro, no se atrevería a comentárselo en voz alta. Nunca le tuvo lástima. Tampoco odio. Después de un tiempo, le tenía envidia. Envidia por los paseos, por poder hablar en un parque y no solo entre cuatro paredes y un techo atentos a la salida y entrada de los demás habitantes de la casa; por poder follar en lugares públicos solo con el miedo a ser descubiertos, no a que, encima, el comentario llegue a oídos que no deben enterarse; por no tener que esconderse bajo la cama cuando llegan visitas inesperadas.
No se imagina en una relación con un chico que de primera mano sabe le es infiel a su pareja. Eso no evita que recree en su mente escenarios donde Mauro es solo para ella, donde hacen exáctamente esto mismo, sin compromiso alguno, divertidos, jóvenes, sin las trabas de ser la tercera en discordia. No quiere ninguna de las responsabilidades del noviazgo, pero, de Mauro estar soltero, podría disfrutar de todas las ventajas.
El helado termina en medio de las divagaciones. Karely apresura la conclusión: Mauro no va a dejar a su novia, menos porque ella se lo pida; él posiblemente volverá a buscarla, y ella posiblemente seguirá cayendo, o viceversa. La guerra de egos dictará quién busca primero a quién, quién cede y quién cae. Pero va a pasar. Siempre pasa.
A menos, claro, que hayan muerto.
Llaman a la puerta. Karely se levanta a atender aún aturdida por la sorpresa. Se suponía que ella pasara la noche en casa de Mauro. Se supone que su hermano mayor traerá a su novia aprovechando la soledad del lugar. Sería muy gilipollas por su parte haberse dejado las llaves dentro y más tocar si ella advirtió que no estaría.
-¿Quién es?
-Una amiga de Mauro -responde una voz desconocida. Pasa por su mente la posibilidad de que en realidad sea su novia. ¿Qué otra chica vendría de su parte a esta hora si no? Tal vez quizo sorprenderlo y la vio salir de su casa. Tal vez él le contó todo tras ella irse y vino hasta acá a ajustar cuentas antes de tener que enfrentarse a él.
-Y... ¿qué haces aquí?
-Él me encargó una cosa para ti, ¿me permites? -Karely se queda pensativa por un momento antes de abrir. La puerta carece de mirilla y con esta segunda respuesta aún no reconoce la voz. Si es una amiga y trae algo de parte de Mauro, es un nuevo record para ella. Esperaba que fuera él quién se rindiera pero no tan pronto ni con algún gesto extravagante. Dicen que el amor es ciego, pero el ego también lo es. Si es la novia, es mejor salir de lo incómodo de la situación cuanto antes. Podría armar un escandalo y no le conviene que su hermano escuche reclamos de su vida privada y menos que la pille en plena pelea si hay que llegar a ello. Al final, ella está libre, la podrá catalogar de buscona y demás, pero quien le debe lealtad a ella es el otro.
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Shadow CuteCut
Short StoryElla lo ama, con todo lo que signifiquen las palabras "amor", "amar", "enamorarse"; pero también "dependencia", "depresión", "obsesión", "locura". Él no es consciente de que jugar con alguien de corazón tan grande y mente tan perturbada es como hace...