Shadow CuteCut III: Adela

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Adela nunca ha sido una chica de presentimientos. De serlo, sabría hacía cuánto tiempo su novio se la estaba pegando con otra. Y no era el caso. Si lo era, lo disimulaba estupendamente. Pero esta noche siente una opresión en el estómago y unas ráfagas sorpresivas en la nuca jugando al pilla pilla con sus nervios.  Tal era el punto que no podía leer arrecostada a la ventana como solía hacerlo pues se aseguraba que algo la atacaría desde ahí, y la idea de que alguien la observaba la tenía continuamente oteando las habitaciones y volviendo la cabeza hacia atrás al más mínimo ruidito.   

Ya entrada la madrugada, a salvo de escalofríos, oculta bajo la manta, escucha una serie de estruendos como si alguien hubiese entrado a la casa. Jura que incluso escucha pasos, pasos delicados y desapercibidos para quien no se haya despertado presa de la neurosis, pasos que se detienen al otro lado de su puerta y retroceden por donde mismo. No distingue si ve o imagina a través de la ranura el movimiento de una sombra. Sea como fuere no piensa salir de su habitación a defender nada. Su hermano menor duerme junto a ella, tranquilo, ajeno a su preocupación, y sus padres siempre decían que en caso de allanamiento solo debían trancar la puerta del cuarto. ¿Qué podría hacer ella contra alguien que se había tomado el trabajo de venirles a robar? Nada. Moriría a lo tonto si estuviesen armados, que es lo más probable, o mínimo pasaría el susto de su vida. Una tele y unos muebles no valen perder la tranquilidad.

Además, se estaba sugestionando demasiado. Lo más probable es que solo fueran confusiones y si salía a corroborar solo alimentaría miedos absurdos. Aún así, al levantarse, cerrar la puerta y volver a la cama, lo hace con sigilo de gato, temerosa de alertar de su presencia en su propia casa. Tarda un rato en consiliar el sueño, atenta aunque sin pretenderlo a ruidos a deshora. Nada. En todo el tiempo que se mantiene despierta, y se puede decir que fue bastante, no escucha nada más. Quizás algunos pasos, en sueños en esta ocasión.

A la mañana siguiente, con la secuela del pésimo descanso, al abrir la puerta de su cuarto encuentra justo a sus pies una cajita, que cumple a su vez de pisapapel para una minúscula nota mal doblada. Respira con dificultad cuando descubre dentro del estuche su pulsera plateada con el dije de Sagitario, acompañada por la de Escorpio, la de Mauro, su chico.

Su pulsera se le había perdido dos días atrás. Solo se la quitaba cuando hacía la colada puesto que se enganchaba con facilidad y temía romperla. Como no la encontró y por miedo a lo que pensaría Mauro si notase que había estrabiado un regalo compró una idéntica que en este momento mira colgando en su muñeca. No las fabricaban cerca, tampoco eran de producción en masa. Por eso lo consideró el regalo perfecto para medio año de noviazgo. Mauro tuvo que recorrer dos ciudades para encontrarlas y a ella le tocó pagar el doble para que se las trajesen a casa.

Por un momento teme que la nota sea de Mauro, de cuán enfadado está, diciéndole que corta con ella y por eso le da ambas pulseras. Pero lo que lee la deja sin habla y sin teorías coherentes. No solo el contenido del mensaje, sino la forma en la que está escrito. Como si no bastaran las letras escritas con sangre, la marca de un beso con igual tinta adorna la esquina inferior derecha del papel.

Adela se apresura a llamar a Mauro, necesita asegurarse que esto no es más que una broma pesada y que él está bien. Siente de golpe todos los nervios de la noche anterior mientras no obtiene respuesta alguna, aumentando un poco más con cada tono que sucede al anterior. Escucha el galopar de su corazón de forma clara pero a la vez imprecisa, de la misma forma en que escuchó los pasos fuera de la puerta de su habitación horas antes.  

Finalmente alguien descuelga el teléfono al otro lado de la línea, pero no es la voz que esperaba oír, que necesitaba oír para sentirse tranquila. Al contrario. El “diga” sollozante al otro lado de la línea la envuelve en una espiral de emociones negativas que no sabe cómo gestionar, aún sin estar al tanto de lo que puede haber ocurrido. Solo acierta decir su nombre.

-¿Mauro?

-Mauro murió, niñita –el sollozo rompe en llanto desconsolado al notificar la desgracia en voz alta-. A mi niño lo mataron anoche.

Adela retira el móvil de su oreja sin colgar la llamada. Aún puede escuchar los lamentos de la madre de Mauro.. Como si de una balanza se tratase, cuando el brazo que sugeta su teléfono llega a su costado, el otro eleva la nota otra vez frente a sus ojos:

“Ya no podrá hacerte más daño.”

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