Tras el primer amanecer del mundo, las Diosas formaron la
tierra y dieron paso al infinito oceano. Navilia, la Diosa de la luz,
trajo consigo el nacimiento de la raza humana. Celosa por la
creación de su hermana, Dakrilia, la Diosa de la oscurida...
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Halver Halah
Dakral Humari: Subraza Leon
Árima de Viento
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Kastro
Dakral Humari: Subraza Lobo
Árima de Planta
A lo largo de mis viajes como bardo del reino, habían muchas cosas a las que lograba acostumbrarme con facilidad. El olor a alcohol de las cantinas, las miradas prejuiciosas de algunos, la tensión de ser observado por cientos de ojos... etc. Era parte del oficio, algo que me costaba mucho al inicio, sobre todo en mis primeros años de juventud. No obstante, si había algo de lo que jamás pensé poder acostumbrarme... sería a lo que una batalla a muerte significaba. El olor a la sangre fresca, la sensación en mis garras al arrebatar otra vida, el concepto de la muerte asechando con cada respiro que daba... entre otras cosas. Todo eso, era justamente a lo que toda mi vida esperé alejarme. Sin embargo, aquí estaba ahora, inconscientemente acercándome más y más... a poder acostumbrarme, de alguna manera, al violento mundo en el que vivíamos.
—¡Presionen al frente! —Rugió Gía. —No debemos alargar más esto.
Frente a mí, una criatura de unos 10 metros, se levantaba con aterradora presencia. Tenía una figura semi humanoide, aunque lo suficientemente encorvada como para categorizarla como una criatura cuadrúpeda. De su espalda, pequeños árboles nevados se crecían como parásitos. Una calavera de tétrica apariencia le cubría el rostro, mientras que su azulado cuerpo dejaba salir una potente erupción de Árima helada. Esta criatura había causado la muerte de numerosas personas, principalmente del escuadrón de rescate, al utilizar las rutas transitadas por ellos para cazarlos. Un encargo por el pueblo tan importante como peligroso, sin duda.
