Hyein, la beta

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Hyein, una beta de uno setenta con aspecto dulce, pero muy boba. La chica era todo un amor, algo caótica y dramática; aún así logró llegar al corazón de nuestra Kang Haerin, quien ahora mismo trabajaba a su lado en silencio. La tarea de matemáticas era realmente sencilla para ella, pero al alzar su vista y posarla en Lee, notó que quizás para la castaña no tanto. Mordía la punta del lápiz con las cejas arrugadas y parecía como si hubiese leído el ejercicio al menos cinco veces.

—¿Necesitas ayuda? —es lo único que susurró la mayor, dejando de lado su cuaderno.

Hyein despega los ojos de sus desordenados números y observa a su Unnie con un brillo especial. Haerin era tan suave. A la beta le encantaría hacer y probar cada cosa con la chica felina. Ir un día al parque tomadas de la mano, compartir un refresco en alguna plaza o simplemente ir al cine.

Y sí, por más que fuera suave, Hyein no se sentía tranquila a su lado. No. Se sentía eufórica. Quería saltar sobre la omega y besar su rostro las veces que fueran necesarias para dejarla llena de marcas de labial sobre su carita de gatito bonito. Deseaba abrazarla y nunca soltarla. Se había enamorado y aunque no tuviese loba, todo su cuerpo le gritaba que aquella azabache era su predestinada.

La forma en que sus manos calzaban, o como podía apoyar perfectamente su cabeza sobre la de la mayor mientras la abrazaba por la cintura, sintiendo que formaba un escudo protector, hacían que una grande y hermosa calidez la recorriera de pies a cabeza. Kang Haerin era su destino, nunca dudaría de eso.

—Sí, Unnie —se levantó del piso donde sus lápices estaban por doquier, junto a sus demás cosas—. Pero no en matemáticas.

Haerin la miró confusa, Hyein tan solo estiró su mano, indicándole a la de ojos gatunos que se parara, quien rápidamente así lo hizo.

—¿Entonces en qué, Hyein?

La chica sonrió antes de pasar sus manos por detrás de la cabeza de Kang, llegando hasta su nuca, donde tomó su oscuro cabello, atándolo en una alta cola. Dejó sus brazos apoyados en los hombros contrarios y la volvió a mirar con mil estrellas en los ojos.

—En hacerme feliz —dijo antes de acercarse, plantando un beso cerca de la comisura de sus labios. No quería hacer algo que la otra no quisiera, así que decidió dejarlo hasta ahí.

La omega, sin mostrar expresión alguna, se puso de puntillas, cerrando sus ojitos mientras alcanzaba los azucarados labios de Hyein, depositando un besito con intensiones realmente lindas. Haerin también se acordaba de algodones de azúcar y de las cosas más empalagosas cuando pensaba en la castaña; Haerin también gustaba de Hyein.

En el centro de la habitación, Hyein y Haerin disfrutaban el delicado tacto de sus belfos tocándose con pura inocencia, en un movimiento agradable para ambas.

Haerin amaba a aquella beta, y aunque de vez en cuando, la más joven demostraba lo insegura que se sentía por no ser alfa, por no poder marcarla, por no tener un olor propio a pino o café para atraerla; a Kang Haerin le importaba un comino.

Para ella, las relaciones amorosas no las decidía un mordisco en el cuello o un estúpido aroma. A ella le interesaba ser feliz junto a su novia, Lee Hyein. Independiente fuera beta, alfa, mono, o lo que sea.

Y como si quisiera recordárselo, se separó un poco, soltando fermonas dulces y tranquilizadoras, aprovechando de estirarse y dejar un reconfortante beso en su frente.

—Creo que me gustas cada día más —susurró la mayor.

La más alta abrazó el pequeño cuerpo de su omega, hundiendo su rostro en la curva del cuello de ésta, sintiéndose cada vez mejor con el olor que aquel delicioso lugar desprendía.

—Pues es mutuo, Unnie.

omega de cuatro | haerin haremDonde viven las historias. Descúbrelo ahora