Hanni Pham

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La vietnamita insulta a través del micrófono de sus audífonos. Estaba en una partida de un juego, la cual para desgracia de sus rivales, perdió. Porque sí, era mucho mejor perder que escuchar los insultos de una omega gruñona que no pasa el metro sesenta y dos.

Ajá, que no te deje engañar el porte de minion que carga, Hanni puede ser el mismísimo demonio de Tasmania si la provocas.

Haerin está en la cama de la mayor, viéndola jugar. Sabe lo aficionada que es la otra omega por los videojuegos, y disfruta mucho ver la pasión que le ponía. Es como mirar a un conejito agresivo, pero que a la vez, es sumamente adorable y enérgico.

Sus pies están sobre el respaldo de la cama y sostiene su rostro en sus manos, apoyando los codos en el colchón.

La mayor voltea, ya más tranquila de la derrota y le dedica una media sonrisa a Haerin, quien se la devuelve.

—¿Quires jugar, niña?

Niña, aunque al principio lo usó para despreciarla, ahora va dirigido con puro amor. Hanni no puede negar que en un inicio, cuando no la conocía, Kang le caía extremadamente mal. Y no es que alguna vez la coreana haya hecho algo contra ella, solo le sacaba de quicio el constante silencio en el que vivía, además de encontrarla algo rara.

Pero todo cambió cuando la omega más alta le sonrió por primera vez, mostrando sus pequeños y adorables colmillos. Con esa sonrisa, Hanni sintió morir y revivir unas cien veces. Recuerda que le prestó (de mala gana) una de sus plumas y Haerin agradeció con la cabeza mientras hacía aquel hermoso acto. Desde ahí no se olvidó de la azabache nunca más.

Y con lo extrovertida que era, no tardó en acercase a ella. Aunque al inicio les costó tener que aguantar los comentarios de mierda de sus compañeros, esos que decían que una omega debería estar con un alfa, no con otra omega, lo superaron rápidamente. Porque si había algo con lo que ambas estaban de acuerdo, era que para cosas de amor y predestinados, no habían reglas.

Por algo sus lobas corrían de lado a lado cuando se pensaban mutuamente, o movían la cola ansiosas debido a la felicidad que les invadía cuando las chicas se besaban.

—Mmh, prefiero verte jugar, Hanni Pham —respondió la menor, ladeando la cabeza.

Hanni Pham... No sabe en qué momento Haerin comenzó a llamarle así, pero ya no dejaba de hacerlo. Parecía todo un gato curioso mirando a su al rededor, buscándola en algún recreo u hora de almuerzo, mientras pronunciaba su nombre y apellido juntos.

Kang Haerin era un gato. Uno muy lindo, por cierto.

Hanni asiente, aunque deja de lado sus cascos y arrastra la silla de rueditas hasta los pies de la cama, donde Haerin la mira sin expresión.

—Eres linda, niña —susurró, apartando un mechón de su rostro. Sonrió al notar como el color subía a las mejillas contrarias y besó rápidamente su nariz, achinando los ojos en el acto.

Haerin tuvo que girar el rostro, Hanni tenía una sonrisa maravillosa. Era gamosa y sus ojitos se volvían dos lineas, siendo elevados por sus abultadas mejillas. Le costaba controlar sus emociones, haciéndola sentir con demasiadas ganas de querer arrancarse el corazón. No podía con tanto.

—Mírame —demandó y Haerin obedeció. No perdió la oportunidad y tiró del cuerpo de la menor, sentándola sobre su regazo.

Y luego de una larga sesión de besos, Hanni la apoyó en su pecho, acariciando su cabello con cariño. Aún con la niña en esa posición, hizo un esfuerzo y volvió a su computadora para jugar otra partida con su mimada gatita ronroneando sobre su corazón, que latía tan fuerte, que Haerin también se emocionó.

Amaba a la peleadora de Hanni Pham y no le importaba tener gritándola maldiciones básicamente en su oreja a los jugadores por el resto de la tarde.

omega de cuatro | haerin haremDonde viven las historias. Descúbrelo ahora