2. Desorientada

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Una que otra relación virtual, sólo hasta ahí me llegaba a involucrar después de que mi desastrosa relación de más de 4 años terminara. No era de dar muestras de afecto o estar derrochando cariño; más bien era (y de hecho soy aún), la chica catalogada por todos como odiosa e indeseable que trata a las personas porque no queda le otro remedio. También soy un poco (muy) agresiva y no tengo nada de paciencia. Por otro lado, físicamente no soy la gran cosa: ojos claros, cabello castaño natural, rara vez me maquillo, pechos medianos y estoy pasada de peso. De hecho no entiendo porque atraigo tanto a los hombres si mi mejor atributo son mis ojos, pero bueno, ese no es el tema.

Como les decía, había decidido mantener una relación virtual, a fin de cuentas, el sexo virtual no está nada mal: al menos siempre quedo satisfecha. Hacia ya unos meses había conocido, mediante un grupo de WhatsApp (de esos que son para conocer personas y hacer amistades) al que sería mi pareja virtual por casi un año. Me gustaba su compañía y poco a poco fuimos ocupando gran parte de nuestro tiempo. Podíamos hablar de cualquier tema y como era de esperar la relación se fue un poco más allá. Pronto llegaron las audio llamadas calientes, el intercambio de packs y claro, las videollamadas calentonas en las que nos mostrábamos al otro en vivo no podían faltar. Nos pedíamos lo que queríamos y así lográbamos llegar al clímax.

Sin embargo en ocaciones es necesario sentir que te respiran en el cuello, que te pasen la lengua por el clitoris o simplemente escuchar un gemido de placer mientras te penetran apretándote las caderas con ambas manos. Estos eran deseos que un noviazgo a distancia no podía satisfacer. Así que, durante el tiempo que duró la relación conocí a otras personas, también por redes sociales, algunas estaban más cerca que otras y obvio, no con todas la relación se llegó al plano físico.


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NOTA DE LA AUTORA

No voy a detenerme en las que no fueron relevantes, porque si soy sincera ni siquiera recuerdo bien y quiero que está historia se acerque al máximo a la realidad. Debo ocultar los nombres de las personas de las que hablaré, o tal vez cambiarlos (eso lo decidiré sobre la marcha). Por ahora como ya saben, yo me llamo Vanessa.

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Una tarde, mientras estaba revisando unos grupos de WhatsApp (de compra y venta), en busca de lencería sexy con la que provocar a mi chico, me encontré con unas tangas en venta que me parecieron apropiadas para excitarlo y rápidamente le escribí al vendedor, preguntándole precio y dirección para localizarlo. Unos minutos después recibí la respuesta esperada, el precio era aceptable (pero no lo recuerdo, disculpen) y la dirección estaba clara, aunque yo soy malísima para seguir direcciones.

Era un poco tarde así que dejé la compra para el día siguiente, y luego de hacer algunas cosas que tenía pendiente, le escribí nuevamente al muchacho para saber si aún estaban disponibles. Luego de tener una respuesta favorable me encaminé a mi destino. Llegué hasta la calle indicada sin contradicción, el problema llegó cuando no podía dar con la casa. Pregunté a unos jóvenes que estaban en la acera y nadie me sabía decir que casa era. Uno de ellos intentó seducirme, y eso solo me divirtió, pues no me gustaba sin embargo sonreí y creo que se lo tomó como que había algún interés por mi parte, poro yo estaba concentrada en volver a escribirle al muchacho. Él llamó al dueño de la casa y este salió al portal. Resultó que yo, como toda una tonta, estaba parada justo frente a la casa que buscaba: era justo en la esquina de la cuadra del frente. Rei por lo bajo, por la pena pero me encaminé hacia allí con el celular aún en las manos. Como es normal en mi, quedé embelesada con la casa, que se veía muy bien; de lejos se podía deducir que quienes la habitaban tenían cierto desenvolvimiento económico. Aunque no se percibía olor a pintura húmeda y además se veía a simple vista que estaba seca, se notaba que la habían pintado recientemente (o tal vez no tanto y solo era que cuidaban la limpieza), de un azul celeste.

Me recibió un joven un poco más bajo que yo y piel blanca. Me comentó que recién llegaba de la universidad y acto seguido me invitó a entrar. Mientras buscó las tangas, tuve tiempo para dedicarme a observar el interior de la casa. Ahí constaté lo que ya suponía, vivían bastante bien. La puerta por la que el muchacho entró estaba cubierta por unas cortinas de un color crema con estampado de flores, que hacía juego con las del resto de las puertas que se podían ver desde mi posición, de pié al lado de la puerta de entrada y con las manos apoyadas en el espaldar de un sillón Don Pancho reluciente que formaba parte de un juego de sala que era, por lo que se podía apreciar, muy cómodo. En aquel lugar olía al ambientador que es ocupado en las tiendas de divisas (actualmente MLC), dicho a lo cubano: "olía a shopping". Ya había reparado en los demás adornos de la sala (búcaros que me daban por la cintura, cuadros colgados en las paredes y otros más que también eran caros, de esos que personas como yo no podemos permitirnos) cuando el muchacho regresó con mi pedido, al verlas, me parecieron demasiado pequeñas, pero él me mostró lo mucho que estiraban así que decidí comprar dos. Habían solo dos colores: rosa y verde olivo, la rosa me gustó, la otro no tanto, sin embargo me decidí por una de cada color, las doblé y las guardé en la cartera junto con el celular.

Después de sacar el dinero y pagarle me fui, no sin antes agradecerle. El otro muchacho aún estaba parado en la acera del frente y me llamó, le dije que estaba apurada, le guiñé un ojo y seguí mi camino sin dedicarle mayor atención. Ya había avanzado alrededor de 6 cuadras, exhorta en mis pensamientos, como es natural cuando la notificación de un mensaje recibido me regreso a la realidad. Saqué el teléfono pensando que sería mi novio pero me equivocaba, era el vendedor.

Te quiero...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora