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Bucheon era un pueblo fantástico, con multitud de casitas coloniales idénticas: los mismos metros cuadrados, pareja arquitectura, igual número de escalones desde el porche hasta la entrada... Todo en el pueblo donde nací resultaba perfecto: los vecinos se conocían unos a otros, los pequeños locales comerciales permanecían inalterables, todos nos ayudábamos, sonreíamos... Mi vida era maravillosa cuando tan sólo tenía ocho años.

Yo era el intachable doncel que iba siempre impecable, que contestaba invariablemente con amabilidad a los mayores y que nunca daba una voz más alta que otra. Mis hermanos decían que era un muermo; mi madre, que era simplemente perfecto.

Quizá fue porque todo el mundo me señalaba siempre lo único y estupendo que era por lo que decidí confeccionar mi lista. En ella indicaba cómo debía ser el hombre ideal porque, dadas todas mis virtudes, yo no merecía algo menor que la perfección.

La comencé el primer día de las vacaciones de verano. Mi madre se sentó en la mecedora del porche con su delicado vestido de diario mientras bebía una limonada y observaba cómo los salvajes de mis hermanos jugaban a los superhéroes.

Yo salí con mi primoroso y nuevo traje blanco, regalo de mi queridísima abuela, y llevé conmigo mi inseparable libreta de dibujo. Pero esta vez, en lugar de dibujar, me decidí a escribir mi lista.

Después de mucho pensar la titulé «Mi perfecto príncipe azul», un encabezamiento adecuado para mis fines, pero, claro, ¿Qué narices podía saber un niño de ocho años acerca de cómo debía ser el hombre ideal? Así que con paso decidido me acerqué a mi madre, que en esos momentos empezaba a gritar a pleno pulmón a mis hermanos, y esperé el instante adecuado para pedir su inestimable ayuda.

—Mamá —dije dulcemente a la vez que tiraba de su vestido para llamar su atención.

—¡JongDae, como no bajes del árbol te juro que mañana mismo lo talo! ¡ChanYeol, deja ahora mismo de perseguir al gato de la señora Kim! —gritó mi madre sulfurada al mismo tiempo que se levantaba amenazadoramente de su mecedora.

Finalmente, mis hermanos se dieron cuenta de la furiosa mirada de mamá y dejaron de hacer estupideces. Fue entonces cuando ella volvió a sentarse y me prestó todo su interés.

—¿Qué quieres, mi vida? —inquirió suavemente.

—Mamá, ¿Cómo debe ser el hombre perfecto? —pregunté mostrándole mi lista vacía.

—Cielo, aún eres muy pequeño para pensar en chicos.

—Lo sé, mamá, pero la lista no es para ahora, sino para cuando sea mayor.

—Menos mal —suspiró ella aliviada—. Entonces deberías crearla cuando fueras mayor, ¿no te parece?

—Pero mamá —insistí—, tengo que hacerla ahora porque cuando crezca estaré muy atareada con mis estudios y mi futuro y no tendré tiempo para chicos.

—Eso te lo ha insinuado tu padre, ¿verdad?

—Sí, papá dice que lo primero son los estudios, luego el trabajo y, por último, los chicos. Me ha indicado que no debo salir con niños hasta que cumpla los treinta.

—Tu padre está loco y no debes hacerle ningún caso en lo que respecta a salir con chicos; si por él fuera, te encerraría en tu habitación hasta que fueras vieja.

—¿Por qué? ¿Es que papá no me quiere? —pregunté preocupado.

—No, mi cielo —replicó mi madre mientras me subía a su regazo—. Verás, papá te quiere demasiado, por lo que, en su opinión, ningún hombre será suficientemente bueno para ti.

—¡Ah, entonces tengo que confeccionar la lista para que papá vea que sé escoger al mejor de todos! —exclamé contento a la vez que cogía mi libreta y mi lápiz y me sentaba a los pies de mamá dispuesta a tomar notas.

MPSA_KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora